SALVANDO VIDAS A TRAVÉS DE LA MÚSICA

Publicado:
22
Ene
2015
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A ritmo de salsa y merengue este profesor barranquillero logró que sus estudiantes dieran vida a la agrupación Salsa Viva. Robinson Bolívar cumplió su sueño de tocar con grandes orquestas como la de Joe Arroyo. Ahora, desde las aulas, les inculca a los jóvenes la música como una oportunidad de vida.

Ni el calor de la costa ni el frio de Bogotá han aplacado las ganas de Robinson Bolívar de ser mucho más que un profesor que se limita a dictar una clase de música. Más allá de las notas y el pentagrama, Robinson les ofrece a sus estudiantes un proyecto de vida.

Se considera un melómano de nacimiento pero solo hasta su último año de bachillerato pudo acercarse a la trompeta, el instrumento que siempre lo desveló. Por eso, desde que es profesor, busca la manera de que sus estudiantes tengan contacto directo con cualquier instrumento. 

Así lo hizo desde su llegada al colegio oficial San Rafael, de la localidad de Kennedy, en donde, en apenas 4 meses, formó una orquesta de salsa con estudiantes que nunca habían tenido formación musical. Hoy, esta agrupación que se llama Salsa Viva, tiene un poco más de un año y ha crecido al son de Héctor Lavoe, el Grupo Niche y otros grandes de la salsa y la música tropical.
“Cuando llegué habían unos pocos instrumentos de música sinfónica y con eso armamos un coro instrumental” recuerda el profesor, tras asegurar que este fue el punto de partida para convencer a las directivas de impulsar con recursos lo que él quería: una orquesta de salsa. 

Con los instrumentos básicos montaron sus primeras 5 canciones y en poco tiempo ganaron algunos concursos y premios que han invertido en un proyecto que cada día se acerca más al profesionalismo, ahora fortalecido como uncentro de interés en el que los estudiantes pueden profundizar gracias a la política educativa ‘Currículo para la excelencia académica y la formación integral 40x40’.



Pero el logro más grande es ver a niños como Jefferson Torres dejando el alma y el cuerpo mientras interpreta los teclados. Jefferson conoció el piano apenas un año atrás y actualmente, es el tecladista principal de la orquesta. Con una sonrisa pícara, revela que antes de conocer la música era uno de los niños más indisciplinados del colegio, e incluso, dudaba en finalizar su bachillerato. 
Pasó de ser un ‘estudiante problema’ a tener el permiso de llevarse el sintetizador a su casa para ensayar en sus ratos libres. “Nunca había rendido en el colegio, me la pasaba calle arriba y abajo, pero ahora la música me motiva” cuenta Jefferson, quien ensaya todos los días así sea buscando tutoriales en Internet para mejorar la velocidad y afinar los movimientos de sus manos. 

Carolina Angulo es la saxofonista que encontró en esta orquesta la manera de retornar a la vida musical. Ella interpreta el saxofón desde hace cuatro años. Conoció el instrumento durante el tiempo en el que vivió en Barrancabermeja y tocó en la banda sinfónica de ese municipio. Al volver a Bogotá perdió todo contacto con la música y para ella, “la vida se estaba convirtiendo en algo monótono”.
Se acercó al profesor Robinson para contarle que tocaba el saxofón en una sinfónica y él le dijo: “eso es muy distinto, pero te voy a enseñar a tocar tu instrumento en una orquesta de salsa”. Desde ese momento, se enamoró del proyecto y no quiso abandonarlo, ni ahora que es egresada y está en la universidad. “He tocado en otras orquestas pero nunca abandonaré este proyecto porque es donde nacimos como músicos” afirma con certeza la joven.

De las grandes orquestas a la docencia

Como todo joven músico que acaba de graduarse de la universidad, Robinson soñaba con hacer parte de una orquesta de salsa famosa y conocer el mundo interpretando su instrumento. El sueño se le cumplió un día en el que observaba un ensayo de la orquesta del Joe Arroyo y anunciaron que necesitaban un trompetista. 

Inmediatamente agarró la trompeta e hizo una audición poco oficial, pero suficiente para ocupar la plaza. Vivió 2 años mágicos en los que alegró con su trompeta caribeña a la gente que tenía que soportar los duros inviernos de países como España, Francia y Bélgica, y desde luego, se codeó con los grandes salseros de la época.
A diferencia de muchos músicos, de ese tiempo no solo le quedaron gratos recuerdos. “Como yo no era tomador, fumador ni vicioso, ahorré mi dinero, compré mi casa en Barranquilla y pocas veces tuve problemas para responder por mi familia”, cuenta el profesor.

Cuando las giras se acabaron y Joe Arroyo dejó la orquesta, los músicos tuvieron que buscar nuevos proyectos.Robinson llenó ese vació con la docencia. Primero fue profesor de flauta a domicilio en Barranquilla. Como siempre le inculcó a sus estudiantes que la música podía ser mucho más que un pasatiempo, ellos avanzaban con gran rapidez, por lo que se empezó a volver famoso, ahora como profesor.

En su afán de subir peldaños en este nuevo oficio, trabajó varios años en colegios y luego escuchó que Bogotá era una buena plaza cultural. Al final decidió dejar su hamaca y su balcón con vista al mar para emprender un viaje al centro del país, a una ciudad en la que tuvo que dormir seis meses en un colchón, mientras lograba despegar.



Después de liderar varias iniciativas de formación musical, Robinson llegó con su proyecto a los colegios de Bogotá. En el San Rafael de Kennedy lleva apenas dos años y medio y ya es uno de los profesores más queridos por los estudiantes. Precisamente, porque les demuestra que el colegio sí ofrece un mejor futuro; y en su caso, con su única arma: la música.

Por eso, estudiantes como Jefferson le agradecen por ofrecer lo que otros no se atrevieron: una oportunidad. Con 17 años, este joven que estuvo a punto de abandonar el colegio, espera finalizar su bachillerato para estudiar música.

“El piano es mi prioridad y estoy concentrado en finalizar el colegio para empezar a estudiarlo y convertirme en un buen pianista”, asegura Jefferson, quien ve con optimismo su futuro.
De vez en cuando Robinson vuelve a Barranquilla y disfruta de su hamaca y su balcón, pero tiene claro que su lugar está en Bogotá, con sus estudiantes, los futuros músicos que ya hacen parte de sus recuerdos de 25 años transformando vidas.

Por David Amaya A.