SOFÍA: UNA SEMILLA QUE SE EDUCA EN EL PENSAMIENTO ANCESTRAL MHUYSQA

29·AGO·2014
Entre las calles del barrio – vereda San Bernardino, en la localidad de Bosa, está ubicado Uba Rhua: un centro de pensamiento donde niñas y ...

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Entre las calles del barrio – vereda San Bernardino, en la localidad de Bosa, está ubicado Uba Rhua: un centro de pensamiento donde niñas y niños como Sofía Vázquez Niampira aprenden el significado de ser mhuysqa.

Sofía aún es muy pequeña para entender que mientras juega con la tierra, abraza a los animales y aprende sobre las propiedades de las plantas, está reconstruyendo un tejido de pensamientos y costumbres ancestrales.
 
Aun así, una de las sabedoras queda atónita cuando le pregunta “¿Quién eres?” y entre balbuceos, a sus escasos 3 años, Sofía pide que le traigan la hoja donde dibujó su árbol genealógico.
 
La niña señala a su madre, a su abuela y a su bisabuela y le hace entender a la sabedora que, al igual que su ascendencia reciente, ella también es mhuysqa. Mhuysqa como aseguran las sabedoras de la comunidad, expertas en su lengua ancestral, que se escribe.
 
Sofía es una de las 72 niñas y niños que asisten a la casa de pensamiento Uba Rhua, que en ‘Mhuysqhubun’- lengua mhuysqa -, significa “espíritu de la semilla”. Un lugar que presta los servicios de un jardín infantil, pero sobretodo reúne los saberes y la cosmovisión del pueblo mhuysqa. Aquellos que estuvieron a punto de perderse en un vacío de 100 años, en los cuales su gente fue perseguida por las autoridades de una Bogotá que se expandió hasta absorber sus tierras y su identidad ancestral.
 
Uba Rhua es el centro de aprendizaje de la primera infancia de la comunidad mhuysqa de Bosa y es una de las 6 casas de pensamiento intercultural que funcionan actualmente en varias localidades de Bogotá, para revitalizar y fortalecer las prácticas y las tradiciones culturales de algunos pueblos indígenas.
 
En estos espacios de aprendizaje se atienden alrededor de 750 niños y niñas indígenas y no indígenas, según datos de la Secretaría Distrital de Integración Social, entidad que lideró la apertura de estas casas de formación en 2009.
 
Una población escolar que, al finalizar su educación inicial, continuará su formación académica básica y media y se sumarán a los 2.231 estudiantes indígenas que se matricularon en 2013 en los colegios distritales de Bogotá, de acuerdo con los datos de la Secretaría de Educación del Distrito (SED). 
 
Laura Vásquez, profesional de la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la SED, explica que “la educación es uno de los puntos fundamentales en la propuesta de atención diferencial a población indígena, por lo cual se trabaja por armonizarla con su cultura, con sus usos, creencias y costumbres”. 
 
Desde la etapa de caminadores o, como se le llama en Uba Rhua, de ‘semillas exploradoras’, Sofía y sus compañeros corren y juegan en un patio que se asemeja a una aldea ubicada en alguna reserva indígena campestre. Allí hay una huerta donde aprenden que la siembra es un proceso asociado al calendario ecológico, que además representa el ciclo de la vida.
 
Ninguno de los niños le tiene miedo a corretear a los patos o agarrar del pescuezo a un gallo enorme que vive en el galpón que está al lado de la Cansamaría, el lugar de reunión donde se intercambian saberes y se realizan prácticas rituales alrededor del Padre Fuego.
 
Como todo infante que está aprendiendo a hablar, no hay quien detenga a Sofía cuando empieza a contarle a sus padres, Julián Vásquez y Érika Niampira Chiguasuque, lo que hizo durante el día en la casa de pensamiento.
 
Con la disposición y el cariño que Julián comenta no haber tenido en su infancia, escucha a su hija mientras ella le describe la variedad de sabores de hierbas y plantas aromáticas que contenía una infusión preparada por los sabedores mayores, quienes tejen el pensamiento en el ‘Qusmuye’: otro espacio ancestral que queda atrás de Uba Rhua, al lado del cabildo mhuysqa de Bosa.

Las dos semillas de una historia de amor

La vida de Julián y Érika gira en torno a sus dos hijos pequeños. Mientras Sofía y su hermano menor están en la casa de pensamiento, sus papás realizan agotadoras jornadas de trabajo lavando costales cerca de la plaza de mercado de Bosa.

La labor consiste en una estricta rutina de madrugar a remojar, lavar, extender, recoger y entregar cada costal. “A uno le entregan un bulto de 100 costales sucios que se deben devolver secos lavados y limpios (…), si se equivoca en algo, los devuelven”, cuenta Julián, quien a veces tiene quebrantos de salud por los constantes chorros de agua que recibe en su cuerpo.
 
Pero eso para él y para Érika es una pequeña prueba que deben enfrentar, de lunes a viernes. Los fines de semana los comparten con sus hijos. Incluso a veces se reparten por turnos para que uno cuide a los niños cuando terminan su jornada en el Uba Rhua o cuando están en vacaciones.
 
Érika, una mujer de piel canela, casi roja, de ojos rasgados y pómulos gruesos, llegó a la vida de Julián para ponerle fin a una soledad que lo acompañó desde que era muy pequeño. Por circunstancias familiares salió muy temprano de la casa materna y vivió tres años en la calle. 
 
Asegura que tuvo tres madres: la que lo concibió, la que lo acogió y la que lo educó. Pero con ninguna encontró lo necesario para sentirse en familia. Hace cinco años llegó a Bosa a recuperar a la mamá que lo concibió, y aunque no fue el reencuentro que esperaba, la vida lo puso frente a la mujer que se convertiría en la madre de sus hijos.
 
Su matrimonio no fue solo con Érika, también lo fue con las costumbres de una cultura. Julián nunca tuvo raíces, ahora comparte las de una mujer que concibió a dos de los nuevos mhuysqas colombianos: una niña y un niño que crecen pidiendo a sus padres que les consigan lana y pepitas de muchos colores para tejer sus pensamientos, mientras hacen manillas y otros adornos ancestrales.
 
Ahora viven en un pequeño apartamento que amoblaron en el tercer piso de una construcción que queda a seis cuadras de Uba Rhua. Desde la terraza en la que cosechan ruda, yerbabuena y caléndula, se divisa un paisaje lleno de casas y avenidas a medio hacer, que hace solo 20 años aún era un campo de humedales, bosques y fincas mhuysqas con extensos espacios para la siembra.

La ciudad se tragó al campo

El lugar donde se adaptó la casa de pensamiento Uba Rhua no se escogió al azar. Se encuentra en todo el corazón del cabildo, cerca de la gobernación y de los lugares donde se congrega la comunidad indígena y no indígena que vive en el sector. 
 
Sandra Cobos, gobernadora del cabildo, considera que la casa de pensamiento debe estar en un lugar central porque es un espacio de recuperación cultural invaluable. “La integralidad de la educación va mucho más allá y trasciende a la vinculación del niño, su familia, el clan y toda la comunidad”, señala la líder indígena.
 
Por ello, Cobos cree que los procesos pedagógicos que están viviendo las niñas y los niños de su comunidad son un argumento poderoso en el interés colectivo de recuperar lo que una vez fue un resguardo indígena. 
 
Ese territorio disuelto a mediados del siglo XIX por la persecución que sufrieron sus antepasados quienes, por miedo a desaparecer, terminaron adoptando la identidad de campesinos. “El resguardo extendía sus fronteras desde Fontibón hasta Usme por un lado, y hasta el Salto de Tequendama por el otro”, explica la gobernadora.
 
Bogotá empezó entonces una expansión vertiginosa en la que se urbanizó una gran cantidad de territorio rural. En consecuencia, la comunidad mhuysqa de Bosa pasó a ser víctima de los urbanizadores piratas, quienes, según la gobernadora del cabildo, a la fecha han construido alrededor de 600 predios ilegales.
 
Además, esta líder indígena habla del “desplazamiento interno silencioso” que se originó, según ella, por las disposiciones de las administraciones distritales que entre el año 2000 y el 2005, pusieron en marcha proyectos de urbanización y expansión urbana sin respetar el proceso de consulta previa en los territorios donde está asentada su gente.
 
Ahora esa comunidad espera que se respete por lo menos la zona geográfica donde está ubicada. Es decir, establecer legalmente como resguardo indígena la zona que comprende las veredas de San Bernardino y San José que tienen un área aproximada de entre 90 y 100 hectáreas.
 
Al revisar la base censal del cabildo, la gobernadora señala que son 765 las familias mhuysqas que viven en Bosa y 233 el número de niñas y niños, menores de 5 años de edad, que están escolarizados en Uba Rhua y en otros jardines de la localidad.
 
En ese marco histórico y geográfico, Sandra Cobos le atribuye a Uba Rhua una función coyuntural de gran valor en el propósito de recuperar la identidad que sus abuelos no lograron defender: “es el semillero en el que nuestra descendencia se apropia de su cultura, para que en la historia futura no se repita lo sucedido en nuestra historia pasada”, y añade que lo que sucede en su interior “es un ejercicio de soberanía territorial”.

Trueque de saberes

Sofía no abre cuadernos ni repasa cartillas. Su primera experiencia de formación es vivencial: tocar, bailar, probar y conocer su entorno a través de su propia experiencia.
 
Ella y sus compañeros tienen un acercamiento directo con el mundo a través de la orientación pedagógica de los profesores y del conocimiento tradicional que los sabedores han conservado por muchos años.
 
En compañía de la profesora Miriam Suárez, niñas y niños que crecen junto a Sofía ven llegar a Oswaldo Galeano Neuta, un sabedor que les enseña a imitar el vuelo de los halcones y las posturas de otros animales en los bailes indígenas. Como la música y la danza son prácticas a través de las cuales transmiten las costumbres de su pueblo, él siempre carga un pequeño equipo de sonido o sus instrumentos musicales de viento y percusión.
 
Las letras de las canciones les ofrecen a los pequeños un primer acercamiento con el ‘Mhuysqhubun’. Así aprenden que ‘corazón’ se escribe ‘puyky’ y que ‘tcho puyky’ significa ‘buen corazón’. También aprenden a pronunciar los números y el significado de los colores.
 
“Ejercitando su cuerpo y su mente, niñas y niños empiezan a memorizar esos códigos. Cuando están más grandes aprenden más palabras con otra sabedora”, explica Oswaldo. Resalta que estos procesos siempre tienen el acompañamiento de las profesoras, quienes fortalecen en los salones lo aprendido en la práctica. “Con juegos didácticos vamos reforzando las palabras que aprendieron”, cuenta la profesora Miriam Suárez.
 
Jeimy Ibarra es una de las pocas personas que no es mhuysqa de nacimiento pero es considerada una integrante activa de la comunidad. Se convirtió cuando su esposo recordó que por sus venas corre sangre mhuysqa, así como en las de su padre y su abuelo.
 
“Buscando ese origen comprendimos que mhuysqa es persona de la tierra y nosotros nos sentíamos personas de la tierra (…) ahí mi esposo volvió a sus raíces y yo me convertí", recuerda Jeimy quien lleva muchos años estudiando el origen de la lengua mhuysqa y llegó al centro de pensamiento a entregar sus conocimientos como sabedora.
 
Sofía aprende con Jeimy que las palabras en la lengua de su comunidad tienen dos significados: uno espiritual y otro terrenal. Un trabajo complejo pues, según la sabedora, hay muchos vacíos en el ‘Mhuysqhubun’, por lo que no hay forma de construir una gran cantidad de oraciones que permitan hablarlo y escribirlo con fluidez.
 
No obstante, el ejercicio detrás de las palabras permite reconocer y transmitir la cosmovisión del pueblo mhuysqa. “Lo que estudiamos son los orígenes de las palabras, los fonemas, los sonidos y esas diferentes interpretaciones o significados de las cosas”, explica Jeimy.
 
Una vez por semana, en la Cansamaría, se reúnen maestros y sabedores para realizar un círculo de la palabra en el que se recoge lo positivo y lo negativo de la labor de enseñanza. “En ese espacio hacemos una retroalimentación y se proponen soluciones a los problemas del día a día”, asegura Andrea Neuta, coordinadora de la casa de pensamiento.

Semillas que florecen

Llega el medio día y entre las niñas y los niños que almuerzan en el comedor escolar, está Sofía. Come con gusto. La vida en Uba Rhua está en constante movimiento. La niña que bailó, saltó y gritó con una fuerza que por momentos parecía incontrolable, se dirige ahora a la sala de descanso a tomar una siesta en una hamaca.
 
Duerme tranquila. 
 
Quizá en sus sueños ya empieza a vislumbrar que, en un par de años, será una semilla germinada.
 
Por David Amaya Alfonso
Fotos Julio Barrera