La Secretaría de Educación del Distrito (SED) en el Día del Maestro, comparte la historia de Gilma Cruz, una docente que es ejemplo del privilegio de ser maestra en Bogotá, aquí su historia.
En Ciudad Bolívar, donde el urbanismo de Bogotá comienza a desdibujarse para dar paso a paisajes rurales, encontramos a la profesora Gilma Cruz, una mujer que ha dedicado su vida a enseñar y a seguir aprendiendo junto a sus estudiantes en el colegio rural José Celestino Mutis. Bióloga de profesión y con maestría en Educación, esta docente ha sabido ganarse el respeto y la admiración de toda la comunidad educativa.
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Cada día, Gilma se despierta antes del amanecer en su hogar ubicado en el barrio San Cristóbal Sur, donde convive con su esposo y su madre. Tras un rápido desayuno y atender algunas labores de su hogar, enfrenta una travesía de tres transbordos en transporte público para llegar al colegio, que está ubicado en las laderas del sector de Mochuelo Bajo, kilómetro 10, rumbo a la vereda Quiba. El recorrido es arduo, pero Gilma lo asume con la misma dedicación que infunde en sus clases.
Al llegar al colegio, se le puede ver siempre con su característico overol verde olivo y sus botas, lista para adentrarse en las huertas y el invernadero que han convertido al José Celestino Mutis en un ejemplo de educación agroecológica. La tímida sonrisa que adorna su rostro oculta la firmeza y pasión con la que enseña a sus estudiantes.
A continuación te compartimos un post de la secretaria de Educación, Isabel Segovia, con un mensaje relacionado con el Día del Maestro:
Quiero agradecer a tod@s los profesores que han marcado mi camino de formación, especialmente a mi profesora de Filosofía en bachillerato. Ella forjó mi capacidad argumentativa.
— Isabel Segovia O (@IsabelSegoviaO) May 15, 2024
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Cada mañana, con el aire frío que llega a la montaña, los alumnos de los grados avanzados de secundaria se alistan para la clase de agroecología. Bajo la guía de la profe Gilma, aprenden sobre la preparación del suelo, las técnicas de siembra y el cuidado de las plantas. Cultivan hortalizas, lechugas, yuca, cilantro y maíz, y se maravillan con los ciclos de vida que se despliegan ante sus ojos. No es solo una lección sobre plantas, sino sobre la vida misma y el respeto por la naturaleza.
La granja del colegio alberga cabras y ovejas, y se convierte en un laboratorio viviente donde los estudiantes descubren la importancia de los animales en el ecosistema agrícola. Aprenden sobre la composición del suelo, el impacto del clima en las cosechas y las prácticas de biotecnología que permiten transformar y añadir valor a los productos agropecuarios. Estos conocimientos no solo les brindan habilidades prácticas, sino que también los forman como líderes ambientales comprometidos con la sostenibilidad de su territorio.
Para Gilma, ser docente rural es una oportunidad para revalorizar las tradiciones y prácticas ancestrales campesinas. “Más que aprender de agroecología, enseño a ser un buen ser humano”, afirma con convicción. Este enfoque integral de la educación es lo que la distingue y la hace sobresalir. En cada clase, busca fortalecer los vínculos de sus estudiantes con el territorio, allí desde donde la ciudad se observa lejana y gris, motivándolos a preservarlo y a entender su importancia.
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La historia de Gilma es inspiradora. Desde niña, soñó con ser profesora de biología, un sueño que plasmó en un dibujo que aún conserva su madre. Ese dibujo es ahora un recordatorio diario de su misión. Comenzó su carrera como docente de apoyo mediante un convenio con la Caja de Compensación Compensar y, con el tiempo, se convirtió en una maestra reconocida por su compromiso y pasión por la enseñanza.
Para ella, el privilegio de enseñar va de la mano con inculcar la importancia de la educación, de ello son testigos directos sus dos hijos de 19 y 24 años, quienes se encuentran estudiando en España. La dedicación de Gilma y su convicción por enseñar la llevaron a reconocer que esa es su misión. En su mensaje a otros maestros, Gilma subraya la importancia de la vocación y el amor por la labor docente. “Esta labor es hermosa, pero debe ejercerse con pasión”, dice. Para ella, cada niño es un universo con potencial para aportar a la sociedad, y conocer a cada uno de ellos es un privilegio que los maestros deben disfrutar.
La jornada de Gilma concluye al caer la tarde, cuando emprende el camino de regreso a casa. Cansada, pero satisfecha, reflexiona sobre el impacto de su trabajo y el futuro de sus estudiantes. Ella ejemplifica la apuesta por la calidad de la educación, dejando una huella indeleble en sus estudiantes ratifica que la educación debe responder a las necesidades de cada niño, niña o joven que llega a un aula de clases.