Bailan para cambiar al mundo

Publicado:
20
Mar
2015
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Estos estudiantes descubrieron que no hace falta escuchar para ser protagonistas del ritmo y del cambio. Esta es una historia de paz que trasciende las barreras del sonido.

Tras un telón, los jóvenes cambian sus uniformes escolares para convertirse en bailarines de tango, salsa, mambo o mapalé. Todos los días, cada día y sin falta, el profesor Vladimir Fuentes se apodera del salón de danzas del colegio Distrital San Carlos.

Este no es un grupo de baile cualquiera: las parejas están conformadas por jóvenes sordos, hipoacúsicos y oyentes. Y aunque pareciera ser ése el motivo de los aplausos, no es la discapacidad lo que los hace excepcionales.

Los bailarines de este grupo lideran una pequeña gran revolución en su comunidad: con sus cuerpos, con el ritmo y por supuesto con las señas, ellos llevan un mensaje de paz a sus vecinos.

En la localidad de Tunjuelito ya son reconocidos porque sus coreografías transmiten alegrías. A los abuelos de la Casa Hogar de la Tercera Edad, a aquellos que pensaban que las armas eran el camino y encontraron en las jornadas de desarme, que periódicamente organiza la Policía Nacional, una salida.

Su colegio es líder en educar, en una misma aula, a estudiantes oyentes y no oyentes con el apoyo de intérpretes que los acompañan en todas las clases. Pero en la pista de baile… en la pista de baile el único lenguaje es el del cambio. Es allí donde la comunicación rompe los muros que impone el sonido y evoluciona a formas más profundas.

El profesor Vladimir asegura que estos jóvenes se convierten en ejemplo para su público, pues sus coreografías son inspiración para quienes tienen intactos sus cinco sentidos.

Para sus estudiantes también es un gran aprendizaje porque alegran con su arte a enfermos, desamparados o aquellos que eligieron un camino en contravía de la ley, y porque aprenden a dar lo mejor de sí mismos cada día.

Para el profesor Vladimir lo más importante de su proyecto es que las habilidades de sus bailarines incrementen al tiempo en que se compenetran con la comunidad y tienen algo para ofrecerle. Por eso su grupo se llama ‘Grupo de danza de proyección por la paz’.

Es medio día y mientras que otros estudiantes juegan, bromean y corren en el patio del colegio, Girlessa Montoya se dirige al que, para ella, es el santuario del ritmo: el salón de baile donde las vibraciones de la música entran por sus poros, le ponen la piel de gallina y la convierten en una pieza más del complejo engranaje coreográfico que conforma junto a su compañero de baile y otras 19 parejas.

Ella no escucha pero siente el retumbar de sus pies mientras camina hacia David Mesa, su pareja de danza. Aunque David sí habla y oye, es un estudiante tímido e introvertido y por eso deja que sea Girlessa quien rompa el hielo. Ella le sonríe y hace un gesto para que él se acerque y dirija su cadera y sus manos para bailar un mambo.

En otro lugar de la pista, el profesor Vladimir da instrucciones, hace los pasos de la coreografía y el intérprete también se anima a bailar, mientras transmite a los no oyentes las recomendaciones del maestro.

Son los estudiantes quienes se escogen como parejas. Por lo general no cambian porque logran desarrollar un vínculo especial. Eso les pasó a Girlessa y a David. Aunque ya se habían visto en otra clase, fue hasta el primer día de danzas que descubrieron que tenían algo en común: la misma forma de sentir la música y expresar esa sensación con su cuerpo. “Tenemos mucha química, me gusta la energía que se percibe cuando bailamos y la comodidad que tenemos a la hora de corregirnos”, manifiesta Girlessa.

David dice que ella lo entiende muy bien. Con sus manos suaves y delicadas, lo corrige cuando se desvía de la coreografía. “Es muy buena bailarina y como su forma de percibir la música es distinta, me ayuda a moverme con más soltura”, asegura David.

Ambos están ansiosos por presentarse en público. Girlessa ya lo ha hecho en otras ocasiones porque lleva bailando cuatro años, pero con David aún no se ha presentado la oportunidad. Como pareja de baile saben que el grupo de danza tiene una importante misión en la localidad y por eso deben estar a la altura de las parejas con más trayectoria.

Al ritmo de los pupilos del profe Vladimir, otros jóvenes han entregado sus armas, perdonado viejas rencillas y han prometido ante su comunidad que buscarán formas honestas de ganarse la vida.

Los bailarines de la paz también han alegrado los días de muchos adultos mayores que pasan su vejez en un hogar geriátrico de Tunjuelito. “Algunos estudiantes se impactaron tanto con la situación de muchos abuelos desamparados, que van frecuentemente a hacer jornadas de lectura en la casa del adulto mayor”, cuenta el profesor Vladimir, quien afirma que su proyecto de danza es un vehículo para que sus estudiantes conozcan el mundo, fuera de las paredes del colegio.

Es así como este proyecto pasó a conformar la lista de 3 mil Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar), con las que las escuelas oficiales de Bogotá se han convertido en el epicentro de pequeñas grandes revoluciones.

De acuerdo con Raúl Eduardo Gómez, gestor de este gran proyecto en la localidad de Tunjuelito, este grupo de danzas es un claro ejemplo de cómo transformar realidades desde la escuela.

“A través de su expresión artística estos estudiantes cambian su realidad y llevan un mensaje de paz y superación a su público”, afirma Gómez, quien además manifiesta que entre los apoyos que están destinados a esta iniciativa, pronto recibirán un nuevo equipo de sonido, kits de maquillaje profesionales y su espacio de práctica se convertirá en un salón de danzas profesional, con espejos en las paredes y una barra estilo ballet para los ejercicios de estiramiento y calentamiento.

Girlessa, David y sus demás compañeros de baile, ensayan cada día bajo la dirección del profesor Vladimir con un propósito claro: cambiar el mundo. No es un sueño, es una realidad que solo necesita que el telón suba para contagiar al público con su ritmo, con su gran mensaje de vida.

Por David Amaya Alfonso

Foto Julio Barrera