Cristian Chaparro, estudiante del colegio Carlos Arango Vélez de la localidad de Kennedy, no conocía el término mandala hasta que esta palabra empezó a ser común en los salones de clase y en las sesiones a las que empezó a asistir, inicialmente debido a su falta de compromiso escolar.
“Al principio quise hacer parte del programa mandalas porque me subía la nota y por capar clase, pero a medida que fui entendiendo que esto me ayudaba a cambiar mis actitudes negativas y me ayudaba a soltar muchas cosas que me hacían daño, empecé a hacerlo a conciencia”, dice Cristian.
Los mandalas fueron creados por los budistas hace miles de años. Es un círculo sagrado que bien representa el universo, o el yo y el mundo de cada una de las personas que los diseñan y pintan.
Luisa Olaya, psicóloga especializada en terapia con mandalas, asegura que los beneficios para niños o adolescentes de pintar mandalas -o diseñarlos- son múltiples. “Otorgan armonía y equilibrio emocional, es una meditación activa en la que se puede plasmar lo que se es o se siente, lo que la persona quiere encontrar para la modificación de actitudes o conductas que desea cambiar o mejorar, y encontrar respuestas para que su vida funcione de forma más favorable”.
Cristian hace parte del proyecto ‘Mandalas y Armonía’, que surge del programa Volver a la Escuela’ de la Secretaría de Educación, en el que se reintegran estudiantes en extra edad, con el fin de que culminen su proceso educativo, el cual han tenido que aplazar o no han iniciado por distintas razones como trabajo ambulante o desplazamiento forzado, entre otras.
Frente a la problemática que se presentaba en el colegio, y después de decenas de charlas y talleres, sin lograr mayor avance en la actitud de los jóvenes, la coordinadora de la jornada de la tarde, Blanca Lilia Murcia, les propuso a sus compañeros trabajar los mandalas como opción para mitigar la agresividad y el mal comportamiento de los muchachos.
Con la aprobación de la rectora, Marying Sachica, Blanca Lilia, junto a los profesores Oscar Galindo, Andrea Velandia y Libia Flavia Higuera, se convirtieron en los responsables de que este proyecto tenga cada vez más fuerza entre los estudiantes y los resultados de reducción de agresividad sean evidentes en cada uno de los chicos que ahora demuestran su voluntad de cambio interno y externo.
“Ha sido un trabajo bastante arduo, porque llegaban al colegio chicos con cero normas, conductas casi delictivas, muchos de ellos tenían responsabilidades penales por atraco, son población desplazada o trabajadores ambulantes. Esto empezó como un experimento y sí, nos dio resultado, ganamos el foro institucional, hemos sido invitados al Festival al Parque, la Feria del Libro, hemos realizado talleres en otros colegios de la localidad y esto refleja los resultados de las sesiones con mandalas realizados con los muchachos” dice la profesora Libia Flavia, quien resalta los cambios positivos que han hecho los estudiantes y espera poder llevar esa iniciativa a la jornada de la mañana.
Estas sesiones de mandalas inician después de un espacio de relajación en el que la música, el lavado de manos físico y espiritual, utilización de esencias y meditación en colchonetas sacan a flote los propósitos e intenciones que los jóvenes tienen en sus vidas, inmediatamente después se disponen a pintar y encontrarse con ellos mismos por medio de los colores que plasman allí.
Cristian y sus compañeros, con ayuda de los profesores, pudieron interpretar por medio de los colores utilizados en las figuras geométricas de los mandalas, una serie de necesidades, sentimientos y frustraciones, que les impedían resaltar sus virtudes y transformar sus falencias en actitudes positivas para su vida.
“El diseño de los mandalas estimula la producción de endorfinas y melatotina, que son las sustancias que avisan al cuerpo sensaciones de bienestar y placer. Se espera que dibujando mandalas un joven mejore actitudes o comportamientos ya que es una forma de meditación activa, al incrementar los niveles de concentración permite a la persona interiorizar en su ser y descubrir aspectos que impliquen un cambio como la armonía, la paz, la tranquilidad que el cerebro consigue y que puede mantener en tiempo y espacio a medida que se realiza la práctica constantemente”, ilustra Luisa Olaya.
Además la psicóloga asegura que los colores se usan de forma libre, pero todos tienen un significado y que “uno puede planear los colores, la idea es que todo fluya y no sea tan planeado, los colores son diversidad ya que representan lo que cada persona desea o necesita”.
El rojo representa el cuerpo, la tierra, el infierno. Naranja es el color del sol y significa vitalidad, auto control, los frutos de la tierra, conexión con la naturaleza, confianza en si mismo. Amarillo: buena salud, simpatía, facilidad de aprender, alegría, receptividad, sabiduría, creatividad, carácter fuerte. Verde es el color de la curación, de la naturaleza, el color de los médicos, tiene la vibración del crecimiento, la expansión y el rejuvenecimiento. El azul simboliza el cielo, la contemplación y la oración, espiritualidad, tranquilidad, equilibrio emocional. El violeta es místico, mágico, espiritualidad, inspiración, tolerancia, persona sensible. El blanco representa el vacío, iluminación, perfección, virtud, templanza e integridad, inocencia y lealtad. Índigo significa felicidad, buena memoria, comunicación, creatividad, concentración, entusiasmo, deseo de armonía.
Colores que han permitido una transformación profunda en varias vidas de jóvenes del colegio Carlos Arango Vélez, que no veían posible un proceso de cambio, ni un proyecto de vida en pro de servicio a los demás, pero que ahora como Cristian, sus historias han dado un giro y tienden a ser cada día más amables, especiales y, sobre todo, felices.
Alejandra Ramírez Zamora
Periodista - Alcaldía Mayor de Bogotá
Twitter: @ServiCiudadano
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Cristian Bautista, Andrea Velandia, Cristian Chaparro, Valeria Suarez, Blanca Lilia Murcia y Yerson Bautista, colegio Carlos Arango Vélez - Foto: Oficina de Prensa Alcaldía Mayor - Diego Bautista