Por: John H Barrera.
A sus 60 años Doña Ilva Martínez irradia vitalidad. En su mirada es fácil percibir una fortaleza forjada a lo largo de una vida de contrastes. Por un lado, la historia de una mujer víctima de una nación con el sello del desplazamiento y por el otro, su lucha, su resiliencia y su propósito de dejar atrás esas páginas llenas de horror.
En su memoria quedó fijo el año 1997, considerado uno de los más aciagos del conflicto en Colombia. Era el 2 de junio, y al corregimiento San José de Oriente, en el municipio de La Paz en el Cesar, entraron los paramilitares y los obligaron a desocupar sus predios. Ese día, paradójicamente, se celebra el Día Nacional del Campesino. Pero eso no evitó que las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) llegaran a la puerta de su casa, y le informaran que tenía que irse antes de que se ocultara el sol.
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Doña Ilva se fue para salvarse, buscando huir de ese espiral de violencia. Atrás quedaron los derechos de sus tierras, algunos amigos y familiares que se negaron a abandonar la tierra y el sueño, que compartían tantos campesinos que sufrieron lo mismo que ella, vivir en un país con justicia social.
La cruda radiografía del horror paramilitar entre 1997 y 2003 evidencia que, en esa zona del Cesar, más de 57.000 personas fueron desplazadas forzosamente, entre ellas Ilva. Además, 6.000 fueron asesinadas y 374 secuestradas en municipios aledaños.
Tras 22 horas de viaje y con un resuello de incertidumbre, Ilva llegó a Bogotá. En ese momento la capital del país era una ciudad completamente desconocida para ella, que estaba 2.600 metros más cerca de las estrellas, pero también 900 kilómetros más lejos de la tierra que la vio nacer. Así lo recuerda ella “yo solo la había visto a través del lente de algunos fotógrafos, en fotos de periódicos regionales y en imágenes por televisión”.
A su llegada y gracias a una mano amiga, Ilva logró instalarse temporalmente en una casa ubicada en la parte alta de la localidad de Usme. Pero días después comenzó el verdadero viacrucis para buscar un techo para vivir. “¡Fue un verdadero calvario!”, dice con su voz entrecortada.
Pasó por las duras y las maduras, como se dice popularmente. “Fueron noches de desvelo, de preocupación y desasosiego, noches con mucho frío”, recuerda. Hasta que una ilusión floreció en el horizonte: “me ofrecieron vivir en un parqueadero a cambio de cuidarlo”, comenta con un tono de voz que aún conserva la tristeza vivida en ese momento.
En este sitio, ubicado en la localidad quinta del Distrito Capital, vive Ilva desde ese instante. “Ya han pasado más de 20 años”, dice con algo de sorpresa al hacer las cuentas. El parqueadero, con capacidad para unos 20 vehículos, tiene justo a la entrada un par de piezas pequeñas, donde apenas caben las camas, una improvisada mesa de madera y un estante para colgar la ropa que, bien dice ella con una pícara sonrisa: “se construyó con mucho ingenio y alegría”.
A pesar de que las condiciones no han sido las mejores, este parqueadero se convirtió en su hogar, y en el lugar donde ha visto crecer a sus tres hijos, fruto de un amor efímero y fugaz.
Pero Doña Ilva no se sonroja cuando habla del amor. Por el contrario, mantiene su mirada firme, sin parpadeo alguno, y su voz altisonante deja entrever a una mujer víctima del desplazamiento forzado, y también del abandono emocional. Pero eso, a ella, ya no le mueve un ápice de angustia y dolor. Hacer parte de los 12 millones de mujeres cabeza de hogar que tiene Colombia, muchas veces tristemente invisibilizadas, es más un motivo de amor propio, como el cóndor majestuoso del escudo nacional que evoca una sensación de grandeza, orgullo y sobre todo, libertad. Así es doña Ilva.
Dice ella, con firme convicción, que en el camino de la vida se ha convertido en toda una heroína para levantarse de la tragedia. Eso sí, ella no quiere, bajo ningún pretexto, que sus tres hijos repitan su historia de angustia y dolor. Por eso, su verdadero sueño es poder heredarles, al menos, un techo propio y seguro donde puedan vivir. “Tener casa no es riqueza, pero no tenerla es pobreza”, expresa doña Ilva.
Ese sueño que parece inalcanzable para muchos, y que en algún momento lo fue para ella, es hoy una realidad. Gracias a su voluntad de ahorro, a su determinación de seguir la Ruta de Acceso a la Vivienda de la Secretaría del Hábitat, y al empujón de los subsidios distritales de vivienda, como “Mi Ahorro Mi Hogar” y “Oferta Preferente”, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, le entregó en días pasados las llaves de su nuevo apartamento. Uno propio, como siempre había soñado.
“Esta es la historia de las familias bogotanas, de las familias colombianas. Unas tienen más opciones y salen adelante, a otras les toca un poquito más duro, como a Ilva, pero lo importante es saber que estamos en este mismo bote que se llama Bogotá, o que se llama Colombia, y que juntos vamos a salir adelante”, le dijo la alcaldesa mientras la miraba a los ojos, y le entregaba las llaves de su hogar en el proyecto de vivienda Usme 1.
“Estoy sin palabras, aún no puedo creer que tenga mi casita propia. Me sentía muy frustrada y es un milagro de Dios. Estoy muy feliz, mis hijos podrán vivir en un lugar tranquilo. Hoy puedo decir que después de la tormenta viene la calma y estoy feliz de cumplirle ese sueño a mis hijos”.
La Ruta de Acceso a la Vivienda es un espacio creado por la Secretaría Distrital del Hábitat, que ofrece un programa de educación e inclusión financiera, y cuenta con subsidios distritales de vivienda. El objetivo de esta Ruta es orientar y ayudar a los hogares más vulnerables de la ciudad a obtener su vivienda propia, como en el caso de doña Ilva.
Hoy, días después de recibir las llaves de su apartamento, esta mujer de origen campesino se prepara para celebrar su primera navidad en su casa propia, rodeada de sus hijos, y en compañía de 1.392 vecinos que como ella, fueron beneficiados de este proyecto de vivienda de interés prioritario.