Todo estaba listo: los teclados y audífonos estaban desinfectados, Julián Rodríguez* estaba sentado frente al computador a un click de contestar la llamada de su familia, cerca se encontraba el guardia del cuerpo de custodia y vigilancia de la Cárcel Distrital velando que se cumplieran los protocolos de seguridad incluso contra el Coronavirus. Por fin se escuchó aquel tono de llamada que allí en la Cárcel Distrital sonó como la llamada de la libertad.
“¿Aló, mamita?” preguntó… casi dudando de si era real lo que estaba sucediendo, apareció en la pantalla el rostro de una mujer, su mamá, quien aparentemente estaba conectada desde su celular: -“¡Mamita, cómo está de hermosa!, no se imagina cuánto la he extrañado, me han hecho mucha falta usted, Andrés*, todos”. Muy emocionado, riendo de alegría y quizás incredulidad de estar viviendo ese momento, Julián mandó saludos y besos a la cámara. Así es una visita virtual en la Cárcel Distrital.
Fue una conversación que duraría más de 40 minutos. Detrás de Julián, otras 10 personas privadas de la libertad esperaban ansiosas e impacientes su turno y, después de ellos, dos grupos más tendrían la oportunidad.
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En este segundo grupo se encontraba David Quintero*, un hombre privado de la libertad hace tres años largos. Es un hombre alto, poco expresivo, serio y callado. Sin embargo, una vez escucho que el encargado gritó su nombre y le asignó un computador, aquella inexpresividad se perdió. En cuanto tomo asiento se pudo ver una sonrisa en su rostro, una sonrisa que duraría casi una hora. En principio no mencionó palabra alguna, solo rio y efusivamente saludó a la pantalla.
Tiempo después, aún entre risas, se podía escuchar a David saludando uno a uno a los miembros de su familia, una reunión que hacía más de 3 meses no tenía, quizás para él fue fugaz, pero inmensamente valiosa. Al finalizar su visita Julián comentó: “no tengo ni palabras para describir, es mucho lo que siento en este momento”.
En las pantallas de los computadores de la Cárcel Distrital se pueden ver madres, padres, abuelos, hijos, novias, novios y amigos. Entre sonrisas, lágrimas y en ocasiones, carcajadas. Los privados de la libertad platican de su día a día, preguntan cómo va la vida de sus familiares afuera o envían saludos a sus conocidos.
“¿Cómo me ve? ¿Gordito? Yo a usted, en cambio, la veo muy linda, mamita”, es otro de los diálogos que allí se escucharon ese día.
Quien hablaba era Ricardo Cañón*, sobre las 11:20 de la mañana, después de varios intentos fallidos debido a que sus familiares no lograban conectarse, pudieron hacer la llamada. En este caso, la alegría se combinó con nostalgia: “Madrecita no llore, se le ve muy bonito el negocito… no llore que se le corrió el maquillaje, mire lo que hice” en ese momento, Ricardo, aún con lágrimas en sus ojos, enseñó algunos de los dibujos que realiza en sus tiempos libres. Luego, en la pantalla apareció un dibujo distinto, poco habitual entre los dibujos de Ricardo. Un corazón con la palabra “los extraño”.
Entre las múltiples medidas adoptadas por la Secretaría de Seguridad, Convivencia y Justicia para prevenir el contagio de Covid-19, el 13 de marzo se suspendieron las visitas en la Cárcel Distrital. Esta medida representó un gran cambio para muchos privados de la libertad. Un cambio que se ha buscado minimizar con la posibilidad de realizar visitas virtuales. Así esta población puede seguir en contacto con sus seres queridos, incluso si no están en la ciudad o el país.
Desde hace unas semanas, de lunes a viernes de 8 de la mañana hasta la 1 o 2 de la tarde, las personas privadas de la libertad aguardan para poder ingresar y recibir la esperada llamada. Un lugar donde usualmente se capacita a estas personas en ofimática y teletrabajo, hoy es el escenario que les brinda la posibilidad, a través de la red, de reencontrarse con aquellas personas que la coyuntura y su situación no les permite ver personalmente. Con un promedio de 30 – 35 llamadas al día son diversas y emocionantes las conversaciones que se presentan.
Según comenta el profesor encargado del punto, las emociones se contagian en los patios. En un principio fueron pocos los interesados, pero después de que varios de ellos volvían a sus pabellones, alegres por haber podido hablar con sus familiares, han sido cada vez más los privados de la libertad que quieren acceder a este servicio para poder conversar con su familia y guardando, en su mayoría, una promesa en común “nos veremos pronto”.
*Nombres cambiados por protección de identidad.