Doña Cenaida llegó a Bogotá en el año de 1960 proveniente del municipio de Coper, Boyacá. Como muchos campesinos colombianos, arribó a la capital con la esperanza de encontrar en la ciudad las oportunidades que parecen no llegar a las zonas rurales.
Tenía solo 13 años y el apoyo de sus tíos, quienes la recibieron en una casa ubicada en el histórico barrio El Restrepo, donde empezó a trabajar para forjar un mejor futuro.
Siete años después, en una temporada en la que su tía empezó a arrendar algunas habitaciones, llegó a la casa Silverio Granados, en ese entonces un joven proveniente de la ciudad de Cali, pero oriundo del municipio de Zetaquirá, Boyacá, quien buscaba un lugar donde vivir y terminó encontrando el amor.
Al parecer el destino ya había labrado el camino de Cenaida y Silverio, dos paisanos que, un año después de conocerse, se casaron y se juraron amor eterno. Hoy, 52 años después, ya sacaron adelante a sus cuatro hijos y levantaron a pulso una pequeña empresa de calzado. Sin embargo, aunque parece que ya lo han vivido todo, aún tienen un sueño pendiente: culminar sus estudios de bachillerato.
Un retorno al colegio esperado por décadas
Aunque estudiar siempre estuvo en los planes de doña Cenaida y don Silverio, diferentes circunstancias, obligaciones y obstáculos no permitieron que el deseo se convirtiera en realidad.
En su pueblo natal, Cenaida cursó la primaria. Pero al llegar a Bogotá estudiar no fue una opción, puesto que no contaba ni con el tiempo ni con los recursos económicos para hacerlo. Silverio, por su parte, arribó a la capital del país sin haber cursado un solo grado. Desde niño tuvo que trabajar.
Sin embargo, hace tres años, mientras don Silverio hacia cola para pagar un recibo público, fue abordado por una funcionaria de la Secretaría de Educación, quien le preguntó si sabía de alguien que estuviera interesado en estudiar.
Él, a sus 71 años, respondió enérgico: - ¡pues yo! ¿qué hay que hacer?
“Una vez quedé inscrito le pregunté a la muchacha si también podía inscribir a mi esposa y me dijo que sí, que simplemente trajera su cédula y así fue como hicimos la solicitud. Prácticamente Dios nos puso la educación en el camino”, cuenta.
Actualmente, esta pareja de esposos estudia en el colegio Juan Evangelista Gómez, ubicado en la localidad de San Cristóbal. Don Silverio, quien hoy tiene 74 años, cursa el ciclo 3, equivalente a los grados sexto y séptimo, mientras que doña Cenaida, quien este año cumplió 73 años, ya está finalizando el ciclo 6, equivalente a grado 11. Ella hace unos días presentó el examen del Icfes y el próximo 1 de diciembre se graduará de bachiller.
“Ahora que me gradúe me gustaría hacer un curso de sistemas y de inglés. Porque ya siendo bachiller, uno va y se inscribe y sigue aprendiendo cosas. Esa es la clave, nunca perder la curiosidad”, afirma.
Durante dos años, esta pareja asistió de manera presencial al colegio, donde compartieron salón de clases con otros adultos y jóvenes en extraedad. Aunque al principio hubo una pizca de temor, don Silverio explica que al pasar los días sus compañeros y profesores hicieron que se sintiera como en casa.
“El primer día entré con miedo. Pensaba en lo que me iba a encontrar. Pero siempre hubo apoyo, mis profesores siempre me han ayudado con cariño, con amor y me han tenido paciencia. Aprendí a leer y a escribir no solo gracias a mi esfuerzo, sino también gracias a la comprensión de los extraordinarios maestros del colegio”.
Para este par de soñadores, ni siquiera la pandemia fue impedimento para continuar con las clases, que este año han sido virtuales. Don Silverio utiliza una tableta y doña Cenaida el computador. Y, además de aprender, ambos aprovecharon la contingencia para reforzar sus habilidades tecnológicas.
“Como él maneja más el celular y le cacharrea al computador ya me está ganando en la tecnología. Pero entre los dos nos ayudamos siempre, ya sea con las tareas o con las clases virtuales. Es un trabajo de pareja, como nuestros últimos 52 años de vida”, cuenta, entre risas, Cenaida.
Los dos coinciden en que la materia que más se les ha dificultado ha sido inglés, mientras que la asignatura que más disfrutan es matemáticas. Gracias a ese gusto particular por los números don Silverio ha optimizado sus labores diarias en su pequeña empresa.
“Antes me tocaba llevarme a alguien que me ayudara a recibir los pedidos de la empresa porque no leía ni escribía muy bien y eso era un camello. Ahora los recibo solo, hago perfectas las cuentas y soy independiente. Entrar a estudiar fue una gran decisión de vida”, señala.
Una educación inclusiva en el colegio Juan Evangelista Gómez
Desde hace 15 años esta institución educativa ofrece la jornada nocturna. En la actualidad tiene 430 estudiantes adultos o en extraedad, quienes reciben clase por parte de 17 docentes. John Fonseca es el rector y el encargado de liderar este proyecto de educación inclusiva.
“Desde hace unos años tomamos la decisión de cambiar el enfoque en la nocturna hacía un método más humano. Orientamos nuestros esfuerzos a mejorar la convivencia en esta jornada, lo que nos permitió empezar a recibir a padres de familia de estudiantes de la jornada diurna, adultos mayores, personas en situación de extraedad, y no solamente a estudiantes que buscaban validar. De esta manera, empezamos a formar una comunidad”, explica.
De acuerdo con este apasionado profesor, para el siguiente año escolar el colegio Juan Evangelista Gómez tiene la capacidad de recibir en su jornada nocturna a 400 estudiantes más, que busquen cumplir el sueño de graduarse de bachillerato, como doña Cenaida y don Silverio.
“Es emocionante ver marchando este proyecto. Hay detalles que son sencillos pero significativos. Por ejemplo, cuando hicimos una actividad por el Día del Idioma, don Silverio le agradeció a la nocturna porque allí había aprendido a leer y a escribir y, gracias a ello, ahora podía escribirle a su esposa que la amaba. Eso paga más que cualquier dinero”, cuenta emocionado.
Para el año 2021 la Secretaría de Educación ofertó más de 7.600 cupos destinados a población adulta, ciudadanos que pueden iniciar o continuar con sus estudios sin importar la edad, como lo hicieron doña Cenaida y don Silverio, una pareja de esposos a la que ningún obstáculo detuvo.
Los protagonistas de esta historia que refleja, una vez más, el valor inigualable de la educación. Una historia que finaliza con un mensaje de doña Cenaida, quien se graduará en pocos días y cumplirá, por fin, ese sueño que tuvo pendiente por años:
“Así les digan que para qué, que eso no sirve, sigan siempre adelante, porque lo que uno aprende nunca se lo roban. El conocimiento nunca se pierde y los sueños hay que perseguirlos. Este logro se lo dedicaré a mis hijos, a mis nietos y a Silverio, mi compañero de clase y de vida”.
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