Arnold Torres Silva dejó las calles de ‘El Cartucho’, donde estuvo absorbido por la droga, y hoy es un técnico en sistemas, egresado del SENA, que trabaja en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, al que ha estado vinculado desde hace varios años y en donde encontró una nueva oportunidad para su vida.
Una vida que se había iniciado justamente allí, en el Bronx, en el centro de Bogotá, donde fue criado luego de nacer fruto de la relación de un torero y abogado de la Universidad del Rosario, que nunca ejerció, pero que llegó a esas calles atraído por la marihuana, y de una mujer, hija de un empresario de taxis, que entró al peligroso sector seducida por el bazuco.
Esta es la fotografía del papá de Arnold Torres, quien antes de caer en la drogadicción se dedicaba al toreo.
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Cuando Arnold tenía 3 años, a su papá, quien se había vuelto un líder del sector, lo mataron. "Conoció gente dura y todo eso, hasta que él se volvió así, por eso me lo mataron", dice. De su mamá nunca volvió a saber nada por lo que, ya con el rótulo de huérfano, empezó a dar tumbos en su incipiente existencia que compartía con otros tres hermanos.
Primero fue acogido por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, donde estuvo hasta los 8 años y de donde se escapó con su hermano mayor. "Era sano, lo único que tenía era que ya había dormido en la calle, pero de ahí no había pasado más", afirma.
"...el frío del pavimento y el hambre son otra cosa"
Luego de un año de mendigar por las calles, unos familiares los encontraron y los llevaron a vivir con ellos. Allí, en medio de comodidades, como un cuarto para él solo con Play station y un colegio al que iba de corbata, Arnold no encontró el afecto y el amor que requería y de nuevo buscó la calle. “Recuerdo como si fuese ayer la primera noche que pasé en la calle. Fue muy duro, el frío del pavimento y el hambre son otra cosa”, cuenta.
Esa nueva relación con la calle fue efímera pues fue rescatado por las manos amorosas de una de sus abuelas con quien vivió un nuevo romance con la vida hasta que la tragedia volvió a atravesársele en el camino. “Mi abuelita se me murió en mis brazos y yo quedé desprotegido y lo que hice fue coger la calle y ahí ya empecé a consumir drogas a los 12 años”, dice Arnold evidenciando un dolor y una nostalgia que parece no haber superado.
Fue soldado en la selva
Durante los siguientes 5 años se convirtió en un atracador de alto calibre que conseguía buenos botines, pero que se le esfumaban por el vicio que lo atrapó hasta que a los 17 años fue reclutado por el Ejército Nacional, donde empezó a vivir un cambio en su vida.
“Duré 24 meses como soldado regular. Me tuvieron en el Caquetá, en la selva. Yo estuve solo en la selva. Cuando salí de allá yo era otro”, dice con gratitud por los oficiales y suboficiales que lo supieron acoger y darle un trato especial. “Salí de la delincuencia, dejé de meterme en problemas. Le mermé al consumo, no lo dejé del todo, pero sí avancé”.
Esta es una foto de Arnold Torres, ya recuperado de sus adicciones y soñando con seguir creciendo como persona.
En Idipron encontró el apoyo y la recuperación total
La estocada final a esa dependencia de las drogas, se la dio hace 5 años, cuando llegó a Idipron. En la Unidad de Protección Integral –UPI, Perdomo, se graduó como bachiller y después continuó con los talleres que ofrece el Instituto. Con ese respaldo e inspiración ingresó a estudiar Técnico en Sistemas en el SENA, cuyas prácticas también adelantó en el Instituto.
Gracias a su determinación y empuje para salir adelante, al terminar sus pasantías, fue contratado para el departamento de sistemas y hoy recorre las calles, pero ya con la idea de cumplir con su horario de trabajo en cualquiera de las tres oficinas a las que presta sus servicios. “Cuando me toca en Distrito Joven, pues ahí tengo mi escritorio; cuando me toca en la 61, allá tengo un escritorio y cuando me toca en las 63, ahí también tengo mi escritorio”, dice riendo, orgulloso y con una voz grave y marcada por una cadencia que le imprimieron la calle y los días difíciles.
Hoy tiene 29 años y acumula varios diplomas, no solo en sistemas; también ha estudiado panadería, liderazgo deportivo, seguridad en el trabajo y, además, estudió marketing en la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca. “Y pues ahí voy, ahí voy”, reconoce, y agrega que son otras batallas que ha ido ganando, como ya lo había hecho con el consumo de drogas.
"Lo llevan en la buena"
“Le pregunté que por qué había cambiado, por qué había dejado el vicio, el mundo de las pandillas. Y él me dijo: no, ‘pluma’, me cambiaron los hospitales; y le dije cómo así que te cambiaron los hospitales, y me respondió: es que me metieron tantas puñaladas en la vida, que a mí me entraban muerto a los hospitales y yo salía vivo, entonces en un momento dije que necesitaba cambiar”. Estos recuerdos son de Carlos Marín, el director del Idipron, que como dice Arnold, “lo lleva en la buena” y lo ha respaldado en su recuperación y con su trabajo luego que le llamara la atención por su forma de hablar y por ser “tan auténtico, propio de la calle”.
“Al ‘dire’, lo admiro mucho, en serio. Yo no había conocido una persona así. -Cuenta Arnold- Él es 'rediferente'. Le digo: Uyyy, profe ‘pluma’, usted no parece que fuera el director de Idipron y él me dice por qué ‘firma’ y yo le digo, no profe usted es muy sencillo, es muy humilde”.
Arnold paga arriendo en una habitación en Metrópolis, en el noroccidente de Bogotá, y en sus desplazamientos a las diferentes oficinas se encuentra con algunos de los jóvenes que conoció cuando habitó las calles. “Uyy Arnold yo voy a estudiar, me dicen los chinos que ni lo querían a uno y hoy en día me ven y me abrazan. Me dicen: no, yo quiero estar como usted. Y yo les digo: sí se puede. Aprovechen los convenios y todas las oportunidades que les da Idipron”.
En seguida, una fotografía de Arnold Torres en uno de los centros de idipron a donde acude a trabajar
Arnold Torres Silva, está a la espera de reiniciar sus estudios para dejar de ser técnico y convertirse en tecnólogo del SENA y seguir construyendo un proyecto de vida en el que algunos de sus sueños son comprar una casa, montar una empresa y ayudar a sus "hermanitos", entre ellos el mayor, consumido por el vicio. Siempre aprovechando las lecciones que la vida le ha dado y de las que hoy en día ha sacado su mejor provecho. “Soy humilde, y porque yo esté bien no los voy a mirar por encima del hombro porque yo vengo de allá. Uno no es el estudio ni el trabajo. Eso no lo hace más que otra persona porque todo en la vida se acaba, ¿Si me entiende?”, sentencia.