Todos los días, antes de salir de casa, José Luis Rey de 31 años, se pone su chaqueta roja, sube la cremallera, la alisa con las manos y la revisa como si fuera un chaleco blindado contra las adversidades. Aunque sabe que en la calle le espera un trabajo duro e impredecible, nadie se imagina que para él como para la mayoría de sus 85 compañeros de trabajo, es un símbolo de valor, de ayuda, de solidaridad. Él es uno de los líderes del equipo de Gestores de Convivencia de la Secretaría de Seguridad que todos los días se la juega para que los conflictos se resuelvan de forma pacífica.
Antes de la declaratoria de emergencia por el coronavirus se le veía en las marchas dando instrucciones por radioteléfono, o dialogando con las partes, o levantando las manos para evitar el choque y la confrontación; o liderando procesos pedagógicos. Desde hace tres años comenzó con esta tarea social cuando vistió por primera vez la chaqueta roja. Pero ahora, en estos últimos tres meses, ha tenido que enfrentar un enemigo invisible que afecta a todos por igual: la COVID-19.
Aunque se le escucha con voz fuerte pidiendo que "guarden distancia social", que "usen tapabocas", que "las ayudas ya vienen", o se le ve cargando cajas o bultos de mercado en los barrios más vulnerables de Bogotá, hay momentos en los que a José Luis se le parte el corazón, como aquella vez en el barrio Belén, en la localidad La Candelaria, cuando un anciano solitario llegó a reclamar un mercado pero para su infortunio acababa de perder la cédula y no tenía ni para un pan. José Luis le ayudó con el mercado, se lo cargó hasta la casa y luego se conmovió al ver el drama de la soledad reflejada en ese hombre.
"Es que el servicio social es inmune al virus", dice. Y es que el servicio social a este grupo de personas les brota en las venas. Mientras muchos ciudadanos se quedan en casa con sus familias, él decidió vencer el miedo y salir a protegerlos. "Producto de la cuarentena y de mi trabajo, hace un mes que tuve que alejarme de mi familia, precisamente para cuidarlos a ellos, para cuidarme a mí y desde ahí, poder cuidar a todos los ciudadanos", cuenta José Luis, quien oculta bajo el tapabocas una barba poblada que lo caracteriza y lo identifica entre sus compañeros.
Contenidos relacionados
A este comunicador social apenas sí le queda tiempo para desayunar o almorzar. Cuando no es en Usme o Ciudad Bolívar, se le ve en Suba o Engativá. O en cualquier rincón de la ciudad. Apenas sí le queda tiempo para su familia o para continuar con su maestría en Comunicación, Desarrollo y Cambio Social.
Y es esa convicción la que lo lleva cada día a levantarse y ponerse su chaqueta como si fuera una capa protectora, esta vez para insistir a los ciudadanos que cuiden a los mayores, que protejan a los niños, para anunciar que con el autocuidado se previene el contagio del coronavirus.
"Él siempre está pensando en la gente y dice que está en la calle porque la gente necesita una respuesta. Todos sabemos que se conmueve mucho con la gente que necesita una ayuda", afirma Lina, su novia.
Y aunque los gestores parecieran incansables y hasta inmunes, dice que "se han adoptado todas las medidas sanitarias posibles: uso de tapabocas y guantes y cuando hay gestores con alguna sintomatología viral, se nos pide quedarnos en casa, descansando y los supervisores hacen monitoreo constante". afirma José Luis.
En un mismo día este gestor de convivencia ha llegado a apoyar 3 entregas de mercados, controlar 5 aglomeraciones y atender 2 bloqueos. Suena el radioteléfono. Le acaban de reportar una emergencia, José Luis responde con la misma actitud y convicción de la primera vez que la ciudad lo necesitó, porque su más grande orgullo es y seguirá siendo trabajar por Bogotá.