Por: John Fredy Cortés
Bogotá amaneció expectante este 12 de octubre de 2025. El aire fresco del domingo traía un rumor de historia: a las 10:47 a.m. cayeron los emblemáticos puentes de Puente Aranda, aquellos brazos de concreto que por cuarenta y tres años abrazaron el paso de miles de bogotanos. El legendario Pulpo, como lo bautizó la gente del común, se despidió entre ecos, tecnología, precisión y aplausos.
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Desde muy temprano, el movimiento era distinto. A las 7 de la mañana, veinticinco entidades distritales, de seguridad y de servicios públicos ya estaban desplegadas en el Puesto de Mando Unificado (PMU). Fue el inicio de una jornada cuidadosamente orquestada por el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), bajo la mirada atenta del alcalde Mayor Carlos Fernando Galán y del director del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), Orlando Molano.
Todo debía salir perfecto: no solo porque la operación era inédita, se trataba del primer puente vial implosionado en la historia de Bogotá, sino porque lo que se levantará en su lugar, que promete transformar el corazón de la capital de Colombia.
El pulso de la ciudad antes del estruendo
A las 9:45 a.m., comenzó la cuenta regresiva. Ingenieros, técnicos y organismos de control revisaban los últimos protocolos y detalles. A las 10:10 a.m., el PMU dio luz verde para preparar los equipos en tierra.
La tensión era contenida, como un latido.
A las 10:00 a.m., sonó la primera alarma. Luego la segunda. En los alrededores, un silencio expectante se extendió como un manto. A las 10:30 a.m., el alcalde Galán, con casco en jean y camisa blanca, se alistó para dar la instrucción final. Diez y siete minutos después, a las 10:47 a.m., la historia se comprimió en un instante: 625 kilogramos de Indugel detonaron de manera sincronizada, debilitando unas 35 columnas en un área de 8.000 metros cuadrados. Los gigantes de concreto se doblegaron hacia su propio centro, en un descenso controlado, milimétrico, casi elegante. En segundos, el Pulpo dejó de existir.
¡Así fue el momento de la implosión de los puentes! pic.twitter.com/MzaeQvl8VG
— Alcaldía de Bogotá (@Bogota) October 12, 2025
El nacimiento de una nueva Bogotá
La implosión no fue solo un acto técnico, sino un gesto de renovación urbana. La demolición controlada permitirá ahorrar cerca de diez meses en el avance de obra del Tramo 1 de La Nueva 13, una megaestructura de tres niveles que integrará la movilidad del occidente bogotano.
Mientras una demolición convencional habría tardado al menos un año, este proceso de implosión tomará solo dos meses para retirar los 7.900 metros cúbicos de residuos que ahora reposan donde antes fluía el tráfico.
La transformación comenzó mucho antes de la explosión. En los meses previos, el IDU ejecutó un cuidadoso plan ambiental: 178 árboles fueron trasladados, 12 especies de aves fueron ahuyentadas para protegerlas del ruido y la vibración. Y el compromiso va más allá: durante la ejecución completa del proyecto se trasladarán 270 árboles y se plantarán más de 700 nuevos individuos arbóreos. Una Bogotá que destruye con conciencia para construir con esperanza.
Después del estruendo vino la calma
Minutos después de la implosión, el equipo técnico inspeccionó la zona. No se reportaron novedades. El polvo comenzó a disiparse y, con él, la ansiedad acumulada de la mañana.
El Pulpo se fue, pero no en silencio. Se fue en medio de una operación que mezcló ingeniería, memoria y futuro. Se fue dejando paso a una nueva intersección de tres niveles, pensada para integrar todos los flujos de movilidad, vehicular, peatonal y de transporte masivo, en un mismo punto, con la elegancia del progreso bien planificado.
Epílogo: entre el polvo y la esperanza
Allí, donde por décadas el concreto se enredaba con el tránsito y el ruido, ahora se abre espacio para una Bogotá que se reinventa. El Pulpo ya no está, pero su caída dio origen a algo más grande: una promesa de ciudad moderna, sostenible y eficiente. El estruendo que estremeció hoy a Puente Aranda no fue un final, sino un comienzo de una nueva ciudad.
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