En el sur de Bogotá este quinteto de maestras trabaja sin descanso por sus niños, los estudiantes del colegio El Manantial. No tienen súper poderes, pero una increíble labor las ha convertido en heroínas de carne y hueso. Esta es su historia.
Levantarse a las 4 a.m., viajar una hora en bus y caminar 40 minutos por una trocha en forma de caracol en el barrio Triángulo Bajo de San Cristóbal sur no es un sacrificio para la profe Elizabeth. Ella está comprometida con El Manantial, su colegio, su causa.
Y no es la única. Junto a ella, cuatro mujeres más, Yorena, Gloria, Gina y Dalila, realizan el mismo trayecto para llegar a esta escuela rural, la única institución del Distrito que funciona en este barrio donde el verde de los altos pinos y el arrullo de la cascada se entremezclan con las condiciones de pobreza extrema y violencia.
No tienen capa, disfraz, ni poderes sobrenaturales, pero caminan entre barro, aguantan temperaturas extremas y se exponen al peligro con tal de poder estar con sus alumnos a los que tanto quieren y por los que han hecho tanto. Ellas son las heroínas de la ‘Liga de las Cinco’.
Elizabeth Meneses: ‘la capitana’
Hace 8 años llegó al colegio El Manantial y aunque se ausentó un par de años decidió regresar pues, como ella misma lo dice, nunca quiso irse de allí.
Es la coordinadora del colegio y aunque no le gusta figurar, es la líder del equipo de maestras, y sobresale por su capacidad de ver a la persona detrás de cada historia. Ese es apenas solo uno de sus súper poderes.
“Siempre quise ser profesora. Creo que sin entrega ni vocación esto no sería igual de maravilloso”, dice esta docente de educación especial mientras sube la última vuelta del camino para ver de frente una pequeña estructura de dos pisos.
“Este es el colegio”, señala. En la entrada, una niña de cerca de 8 años y con las mejillas coloradas del frío corre a abrazarla.
- “¿Por qué no habías regresado profe?”
- “Estaba haciendo un trabajo, pero ya estoy aquí”
- “Te extrañé”.
- “Yo también”.
Tras la breve conversación, Elizabeth saluda al vigilante y a la señora que colabora con el aseo, sube las escaleras y entra a su ‘salón de la justicia’, su oficina, que en realidad es la sala de computación donde le habilitaron un escritorio. Desde allí comanda los destinos de la institución, de las profesoras y de los 57 estudiantes.
La profe se quita las botas pantaneras y saca una abultada chaqueta para lidiar con el penetrante frío que hace en este barrio de invasión asentado en los cerros orientales de Bogotá. Resistir las bajas temperaturas y las agrestes condiciones atmosféricas es otra de sus habilidades.
Yorena Rico: la ‘pequeña valiente’
En el primer piso del plantel, una mujer de baja estatura, cabello claro y anteojos, dicta clase a los niños más grandes de esta escuela de primaria. En la ‘Liga de las cinco’, es una de las más responsables. Llegó al colegio hace 3 años y nunca pierde una clase. Para ella cada esfuerzo, cada hora, cada minuto y cada segundo debe ser por y para los niños.
Aunque tiene algunos problemas de salud, entre ellos una tos crónica que empeora con las bajas temperaturas del colegio, ella no cambia su lugar de trabajo porque “uno debe estar en el lugar donde puede hacer algo, donde siente que lo necesitan más y que puede ayudar de la mejor manera”, dice la profe Yorena, parafraseando la idea que hizo famosos al Hombre Araña, Batman y otros superhéroes del salón de la justicia.
De acuerdo con Rubén Darío Clavijo, coordinador interlocal del equipo de Ciudadanía para toda la zona rural de la Secretaría de Educación, y quien viene realizando un documento de caracterización de los colegios rurales del Distrito, como lo es El Manantial, son muchos los problemas que tiene el sector de El Triángulo, barrio donde se encuentra este plantel educativo.
“Hay una tradición histórica en este barrio, porque fue ocupado por desmovilizados que se posesionaron del territorio en forma de invasión. Los procesos sociales que ellos trataron de desarrollar se vieron desfigurados con la llegada de otros desmovilizados y exconvictos que trajeron consigo la delincuencia urbana, el microtráfico y vicios de la guerra como la violencia física, sicológica y el abuso de menores que aún se mantiene en este territorio”, señala Clavijo.
Es por eso que la violencia, el abandono, la pobreza y la indiferencia, son los archienemigos de la ‘pequeña valiente’, quien todos los días se levanta para tratar de erradicarlos del mundo, armada solo con sus conocimientos y su gran corazón. “Si vienen a la escuela y acá son felices, algo hemos hecho por ellos”, comenta.
Mientras Yorena trata de ocultar las lágrimas que se le escapan al hablar, una estudiante se le acerca y le da una hoja arrugada de cuaderno en donde se puede ver un garabato y el escrito ‘mami te amo’.
Yorena sonríe y dice: “estos niños necesitan una mamá porque muchos no la tienen. No sé quién le puso el nombre al colegio pero creo que no se equivocó, porque lo que hay aquí es un manantial de amor”.
Gloria Ángel Díaz: la ‘súper mamá’
De los 20 años que lleva en funcionamiento el colegio, 15 ha estado Gloria, la madre del equipo. Su súper poder es la nobleza y su arma el generoso corazón que posee y que ha convertido la tristeza en un motor e impulso.
Gloria desearía poder volar o tener súper velocidad como Flash Gordon para no tener que abordar, todos los días, cuatro buses que la llevan desde su casa en el barrio Timiza hasta El Manantial. Sin embargo, esto no le molesta porque para ella los sacrificios no existen cuando se trata de cumplir con su labor.
“Desde que llegué acá me enamoré de la escuela. Conozco a todos los estudiantes, sé el nombre de cada uno y eso es lo que hace diferente al Manantial. En los colegios grandes muchas veces los niños son solo nombres y códigos en una lista, aquí, como es tan pequeñito, los conocemos a todos”, dice Gloria, quien lleva en su apellido una de las características más marcadas de su vocación: Ángel.
Como sus compañeras de trabajo, todos los días Gloria trata de crear estrategias que ayuden a niñas y niños de este colegio a sacar la rabia y el dolor que a su corta edad han venido acumulando por las difíciles condiciones del entorno.
Una de las principales actividades es llevar a los estudiantes a conocer otros lugares de la ciudad, pues para muchos su vida se limita al pequeño rancho, algunos de lata y otros de cemento, en donde viven con su familia.
De estas experiencias son muchos los recuerdos que le quedan a Gloria, como el brillo de los ojos de los niños al ver los grandes edificios, o la felicidad que les da el hecho de que les sirvan comida caliente o el día en que Julián ‘subió al cielo’.
“Ese día fuimos al cerro de Monserrate, estábamos en el funicular cuando Julián se me acercó y me preguntó: “¿profe, vamos al cielo?”. Le dije que sí y sus ojos brillaron. “¿Entonces voy a volver a ver a mi mamá?”, me contestó. Ahí caí en cuenta de lo que estaba pasando, Julián perdió a su madre por un cáncer de seno y ahora está muy solo. Durante la visita Julián no dijo nada, sólo miraba cuidadosamente para poder verla en lo más alto. Ese día lo vi sonreír de nuevo”, dice Gloria, quien sigue sin entender la complejidad de la vida.
Gina Marcela Wilches: la ‘súper chica’
Fue la última en vincularse al súper equipo de maestras de El Manantial y es la más joven. Lleva un año como profesora de los más pequeños y es una de las más entusiastas del grupo. Cada tarea la asume con dinamismo e intensidad, y afirma que además de “haberse enamorado de su trabajo, aprendió a ver la educación con otros ojos”.
“El primer día que estuve aquí me dieron ganas de llorar, definitivamente la realidad no la conocemos hasta que no la vemos con nuestros propios ojos”, dice Gina, ‘la tierna’, quien ostenta el súper poder de saber ganarse el cariño de los estudiantes y el respeto de los padres. Sus armas: la incansable capacidad de trabajo y el infinito afecto que profesa a todos los que conoce.
Julieth Castro, madre de familia de 23 años y cuya hija Eilin, de 4, es una de las alumnas más juiciosas de la profe Gina, destaca las habilidades de la súper maestra que les enseña a los niños mucho más que ciencia y conocimiento.
“Ella es muy chévere y está muy pendiente de los niños, eso me gusta porque no sólo se preocupa por enseñarles sino porque estén bien presentados, los cuida, les da cariño. Me cae muy bien”, dice Julieth.
Al igual que Julieth, Zaira Rodríguez, otra de las madres de El Manantial, considera que este colegio es lo más importante que tiene la comunidad. No sólo porque casi todos los que viven en el barrio son egresados de allí, como ellas, sino porque es el único punto de encuentro en el barrio El Triángulo Bajo.
Gina es valiente, frentera y ningún inconveniente la detiene a la hora de trabajar por sus chiquitines. Fue por eso que junto a la profesora Gloria decidieron alargar su jornada laboral, salir un poco más tarde del colegio para poder llevar a los niños los beneficios del ‘Currículo 40x40’.
“En este momento tenemos teatro, danzas, informática e inglés. Sólo tenemos un profe del teatro La Baranda que lo envío ‘40x40’, lo otro lo hacemos Gloria y yo, es que no muchos se le miden a subir”, comenta Gina.
Como lo señala Rubén Darío Clavijo, resistir a este territorio no es fácil y aunque desde la Secretaría de Educación siempre ha existido la voluntad de que allí lleguen todos los proyectos, no siempre se logra por la dificultad del entorno y los problemas de acceso.
Dalila Montoya: ‘la valiente’
Todas las integrantes de la ‘Liga de las cinco’ coinciden en señalar que Dalila es la única capaz de decirles a los padres las cosas como son y sin pelos en la lengua.
“Sí, sé que puede ser muy fuerte a veces, pero ellos también necesitan que les jalen las orejas porque de ellos depende el futuro de estos niños. Nosotras hacemos hasta donde podemos, pero sin el compromiso de los padres no sirve mucho”, comenta Dalila.
Su fuerte carácter y determinación han permitido grandes hazañas como lograr que los niños lean o que los alumnos más indisciplinados hayan cambiado gradualmente su actitud.
“Aquí a los niños les encantan las matemáticas pero no les gusta leer, de hecho muchos tienen problemas de lenguaje, entonces yo negocio con ellos y ahí vamos”, señala esta psicóloga que se puso la capa de la docencia cuando descubrió que para lograr cambios reales se debía empezar en los primeros escalones, y la escuela es uno de los más importantes.
Pero su tenacidad no es sinónimo de dureza. Todo lo contrario, ella, como sus compañeras, no pueden evitar sufrir por las dificultades de los pequeños. “Somos unas lloronas pero es inevitable no ser así –comenta Dalila–. El 90% de nuestros niños han tenido que ver y vivir cosas que ningún pequeño debe padecer y eso destroza el alma”.
A pesar de todas estas adversidades, estas cinco docentes no se rinden y en lugar de quejas solo tienen agradecimiento para quienes las apoyan.
Como lo señala Marcela Benítez, la rectora de la escuela rural El Manantial y el colegio Pantaleón Gaitán Pérez, “ver a estas maestras trabajando es una muestra de vocación, de querer a los niños y a las niñas, es increíble lo que hacen”.
Como los grandes superhéroes, Elizabeth, Yorena, Gloria, Gina y Dalila seguirán trabajando desde el anonimato por el bienestar de lo que para ellas es su familia y su causa, que asumen con un compromiso sobre humano.
Aunque no les interesa figurar, como los personajes de caricatura, su historia merece ser contada, pues son la prueba fehaciente de que en Bogotá los héroes de verdad sí existen. Son estos maestros, que aunque no tienen trajes fantásticos ni poderes extraordinarios que los protejan, dan la vida por la comunidad y trabajan sin descanso para construir un mundo mejor.