“Dentro de la difícil situación económica, la última ropa que mi papá me pudo comprar fue una sudadera morada. Fue tenaz y esa sudadera se volvió casi una media velada, de tanto que la usé. Yo entré a la universidad incluso con la ropa rota, con los zapatos desgastados. O sea, una situación dura".
El relato es de Sindey Bernal Villamarín, una maestra bogotana que el año pasado fue elegida como una de las mejores docentes del mundo por el prestigioso Global Teacher Prize y quien todavía, saborea la satisfacción patria que hace poco le dejó el haber ganado el Globant Women that Build, que no solo es un reconocimiento a su trayectoria como profesora, sino a una mujer innovadora en el área de las tecnologías.
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Foto: Archivo particular
Creadora de recursos que no requieran conectividad
“Básicamente trabajamos con mis estudiantes en crear recursos análogos que no requieran conectividad o dispositivos tecnológicos porque sabemos que es una de las mayores dificultades de los niños en estos tiempos. Hacemos material didáctico multisensorial, incluso con lengua de señas, con braille, con materiales, para que puedan tener la parte sensorial y puedan trabajar en casa”, cuenta la ‘profe moradita’, como suelen llamarla sus estudiantes de los grados 10 y 11 del colegio Enrique Olaya Herrera.
Estos y otros tantos reconocimientos son el premio a una vida dedicada a la docencia, a la que llegó tras estudiar diseño tecnológico en la Universidad Pedagógica, donde gracias a su pilera y ganas de aprender fue becada, igual que su hermano mayor, su héroe, con quien compartió los difíciles retos que les puso la vida luego que su padre, un agente de tránsito, se quedó sin trabajo y les tocó arrumarse en una habitación en la casa de los abuelos.
“Mi semestre valía 8.000 pesos. Mi hermano mayor es ingeniero distrital. Él también se ganó la beca y pagaba treinta mil pesos. Mi papá estaba hecho porque pagaba 38.000 pesos semestrales por mi hermano y yo”, recuerda con una sonrisa de complicidad.
Ganadora de la beca por mejor promedio
Cuando tenía 16 años se ayudaba para las fotocopias y el transporte, trabajando los fines de semana como recreacionista, hasta que en cuarto semestre le dieron la oportunidad como joven investigadora y empezó a ganarse dos salarios mínimos por semestre. “¡Uf chévere! Me ayudaba un montón, y me gané la beca por tener el mejor promedio, matrícula de honor”, dice.
Hoy, a sus 35 años, está estudiando su segundo doctorado y aprovecha en sus clases en el colegio para motivar e impactar a sus alumnos para que estudien y tengan esa inspiración y crean en sí mismos, sin dejarse abatir por las dificultades económicas que muchos viven. “Les digo: venga, yo también estudié en una universidad pública porque mis papás no tenían recursos. Sí se puede, vale la pena seguir estudiando”, asegura.
Una maestra diferente e innovadora
Y muchos de ellos ya se sienten inspirados por esa maestra, diferente e innovadora, que inicia y termina cada clase de tecnología e informática con énfasis en diseño, con estimulación cerebral, ejercicios de coordinación y la infaltable música, con su play list, pidiéndoles que cierren los ojos y adivinen de qué película es, de dónde es la canción, etc.
No para de innovar y crear, sus verbos favoritos para enseñar. Tanto que incluyó un taller de lengua de señas colombianas con lo que sus alumnos ya no reciben solo el título de bachiller sino una certificación del SENA en esa habilidad.
“Los estudiantes de la primera promoción de hace 6 años todavía la recuerdan. Vienen al colegio, hacen encuentros virtuales, le expresan una alta estima y admiración, no solo por el trabajo, por lo que aprendieron sino por la forma de ser de la profesora”, cuenta Edgar Riveros, rector del colegio Enrique Olaya Herrera, quien no se guarda palabras para exaltar su gran capacidad de trabajo en equipo, siempre dispuesta a colaborar, innovando y estudiando todo el tiempo.
Esa proactividad es la misma que le ayudó a conseguir para el colegio un intercambio de cooperación académica con la universidad de Michoacán (México), y para el que ya estaban listos cinco estudiantes cuando llegó la pandemia y lo postergó todo.
Con alma viajera
Y es que México es uno de sus países predilectos a la hora de viajar, el que es uno de sus grandes placeres y sueños. Allí no sólo ha ido varias veces, sino que fue donde hizo su primer doctorado.
Ha estado en varios países, pero hay dos que recuerda con especial cariño. Uno es Corea del Sur, donde fue invitada a exponer su proyecto de vida porque allá consideran que el futuro de los países está en los maestros, en la educación.
El otro país es Brasil, a donde pudo llevar por primera vez a su hijo, entonces de no más de 5 años, y al que no había podido sacar del país porque en su condición de madre soltera, el padre del niño no le había autorizado la salida. “Expuse mi proyecto y mi hijo estaba en primera fila y se me olvidó el resto del mundo, yo solo le estaba exponiendo a mi hijo. Eso fue, uf, increíble. Fue tan bien que mi hijo me decía, eres muy inteligente. Nunca lo vi tan concentrado, atento y me preguntó…levantó la mano”, recuerda la docente con un orgullo que le quiebra su voz de acentos y expresiones juveniles.
Hoy ‘Juanpis’ o Juan Pablito, quien tiene 10 años y presume con sus compañeritos de que su mamá morada es la mejor maestra del mundo, se ha convertido en el socio para sus sueños viajeros por lo que aspira a, cada fin de año, llevarlo a un país diferente. Uno de ellos Japón a donde irán al parque Super Mario Bros. “Y miramos los videos del parque y soñamos. La vida está para soñarla a pesar de las dificultades”, afirma de manera categórica.
Foto: Archivo particular
Una vida de morada
Por ahora continúa con sus múltiples ocupaciones como docente de colegio, estudiante de doctorado, profesora de tecnología e informática en la Universidad del Bosque, donde también es directora de la Maestría de educación inclusiva e intercultural, y como representante en el consejo directivo del Instituto Para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico, IDEP. Siempre con una sonrisa de optimismo enmarcada por un cabello morado que la acompaña desde hace seis años e inspirado en esa sudadera de los tiempos de la universidad.
Un color muy significativo que hoy impregna su vida, su apartamento, sus cortinas, su sofá, su computador, sus chanclas y que es un símbolo de reivindicación como mamá soltera y contra el machismo. “He tratado de trabajar a la cero tolerancia con la violencia contra niños niñas y mujeres porque lo viví con mi hijo y no quiero que se repita mi historia. Llevo en mí esa línea púrpura de ayudar a las mujeres y a los hombres. No soy feminista y creo que hombres y mujeres somos diversos y debemos valorar y respetar esa diferencia”, afirma Sindey Bernal.
También inspiró a su mamá para que estudiara
Todo un orgullo no solo para sus estudiantes, sus compañeros, su hijo, sino para sus hermanos, su papá y su mamá a la que motivó para que terminara el bachillerato y después se hiciera licenciada en educación infantil en la Universidad Distrital.
“Es gracias a la mamá. Su mamá es quien los motivo a estudiar y les decía que siempre quiso estudiar”, sostiene don Juan Bernal, el papá, un tanto frustrado pues quería ser un artista plástico, pero que hoy se siente orgulloso de sus hijos. “Hagan lo que yo quizás no pude hacer”, les decía.
Con más de diez reconocimientos nacionales e internacionales, la ‘profe moradita’ o 'Sincarito', como también la bautizaron sus alumnos para no confundirse con su nombre poco común, concluye diciendo que “sí es posible salir adelante, potenciando no solo el saber, sino el ser, sin dejarse doblegar por las dificultades, poniéndose en los zapatos del otro y valorando lo que uno tiene sin dejar de soñar en grande. ¿Si yo pude por qué ustedes no?”.
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