Por falta de dinero, Luisanis Orozco Laguna, una joven boxeadora venezolana, tuvo muchas veces que recorrer, trotando por entre las calles, los 10 kilómetros que hay entre el barrio Lisboa, en Suba, y el Complejo Deportivo El Salitre.
Así llegaba a los entrenamientos en busca de retomar ese camino triunfador que le permitió ser tres veces campeona infantil y juvenil de su país, con 230 peleas ganadas y 29 derrotas. “Cuando no tenía para el pasaje, me iba corriendo hasta allá. Cansada, pero llegaba y eso era leeejos”, recuerda y alarga las palabras como queriendo reflejar la extenuante distancia.
Luisanis -un resumen del nombre de su papá, Luis, y de su mamá, Fani- tuvo que hacer un alto en el camino y ahora asiste a los servicios de Creciendo Juntos, en el Centro de Desarrollo Comunitario, CDC, de Usaquén, porque tiene un embarazo de 8 meses. Allí recibe apoyo nutricional, seguimiento psicosocial, formación en hábitos de vida saludable y desarrollo infantil, entre otros servicios ofrecidos por la Subdirección Local de Integración Social.
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A continuación, una foto de Luisanis Orozco en el CDC de la localidad de Usaquén.
Luisanis tuvo su primer control de embarazo a los 7 meses
“Los conocí a ellos por medio de mi mamá que me llamó y me dijo: ¡Niña vente para la casa, - porque yo vivía con el papá de la niña- vente pa’cá que encontré una ayudita para ti, mami! Y yo me vine, bajé y me explicaron todo. Tenía 7 meses de embarazo, más o menos, y no sabíamos porque no había tenido ningún control”, cuenta agradecida.
Nacida en Caracas, la capital venezolana, el 20 de septiembre de 2000, Luisanis es hija de Luis Orozco, un boxeador cartagenero de poco cartel, y Fani Laguna, también cartagenera, quienes integraron una pareja que hizo parte de esos millares de colombianos que en el siglo pasado emigraron a Venezuela buscando mejores condiciones de vida.
Sus primeros acercamientos al boxeo se dieron cuando tenía 7 años y veía corretear por ahí a los otros niños de cualquier barrio caraqueño.
“Yo le decía a mi mamá que quería meterme, pero mi mamá decía que no porque me iban a dar muchos puños y comencé a entrenar: a correr y a correr y a correr. Después, como al mes, me salí porque estaba aburrida de tanto correr, pero el profesor me agarró otra vez y me dijo: no te rindas, tú puedes, tú tienes con qué, tú puedes, y otra vez me volvió a incorporar y yo entrené y entrené hasta que un día fui a pelear y gané mi pelea y desde ahí he peleado bastante”, dice y agrega con una sonrisa llena de timidez, pero honesta: “También he perdido”.
Fue campeona de boxeo infantil y juvenil en Venezuela
Dos títulos nacionales infantil junior y uno de cadete -12 a 15 años- en Venezuela, le valieron una beca que la acabó de formar como pugilista y que le permitió ser bachiller, pero que la separaron de sus padres, quienes regresaron a Colombia escapando de la pobreza y la difícil situación que afrontaban.
A continuación, un video de una pelea de Luisanis Orozco en Venezuela.
Mientras se prepara para entrar a la piscina del CDC Usaquén, para relajarse o para tomar una clase de yoga, Luisanis recuerda que esa beca y la dureza de la separación le forjaron un carácter inquebrantable para el boxeo del que aprendió que no es con fuerza sino con disciplina, inteligencia y técnica que se logran las victorias, logradas muchas de ellas noqueando a sus rivales.
“Yo confío en mí porque abajo del ring yo soy mujer- se ríe-, pero arriba del ring yo soy otra cosa. La verdad es que me convierto en todo un hombre y no creo en nadie, pero cuando dan las decisiones, pierda o gane, ya yo soy otra persona. La idea es que tú pelees y si perdiste, igualito, abraza a la persona sin estar bravo, por eso es un deporte”, sostiene.
Hace 3 años pasó por la trocha y se reunió con sus padres en Bogotá
Esa disciplina y esa pasión por el boxeo fueron las que la motivaron hace tres años, después de pasar la frontera por la trocha para reunirse con sus padres en Bogotá, a correr hasta el Salitre para buscar una nueva oportunidad en el boxeo. La misma que le dio el entrenador Orlando Pineda, todo un ícono en el deporte de las ‘narices chatas’, quien rescata su velocidad, precisión y agilidad, con las que le augura que, con un poco de apoyo y trabajo, llegará muy lejos, “porque tiene todas las cualidades de una triunfadora”.
Pendiente de conseguir sus documentos para quedarse en Colombia, de la que dice no se irá así se arregle la situación en Venezuela, la boxeadora de 21 años se entrena para recibir a su bebé, que supo hace poco será una niña a la que bautizará Krifani, otra especie de epónimo: Kri, por una bailarina patriota, y fani, otra vez, por su mamá.
La futura madre ya no vive en Suba, vive en Santa Cecilia, un barrio colgado del cerro en Usaquén, en el nororiente bogotano, desde donde acude puntual a cada una de las citas de control para verificar que todo vaya bien con su embarazo.
En Creciendo Juntos "son como unos ángeles"
“Son como unos ángeles…uuuhhhh sí, estoy bastante agradecida. Ellos me mandan un link con las jornadas y el martes tuve control y me dijeron que todo estaba bien para el parto. También me regalaron muchas cosas personales y un kit para bebé y yo me alegré porque no tenía naaada”, afirma alargando, otra vez, las palabras como queriendo enfatizar su gratitud.
“La modalidad de Creciendo Juntos en la localidad de Usaquén atiende actualmente a 452 familias, de las cuales 35 son migrantes. Cada una de estas familias accede y se beneficia de la atención profesional que brinda la Secretaría Distrital e Integración Social en la localidad. Trabajamos por los más vulnerables, sin distingo de credo, raza o cualquier otra condición”, asegura Paola Mesa, subdirectora local de Usaquén.
En seguida, una foto de Luisanis asistiendo a una de las jornadas para familias migrantes en el CDC Usaquén
Y es justamente esa calidez y afecto que le entregan en cada control, los que destaca Luisanis; quien valora que, sin importar que no sea colombiana, reciba un trato especial, porque son de las cosas buenas que le han pasado últimamente, el que le abrieran la puerta y la hicieran sentir mejor que en casa; por lo que aspira a, algún día, representar a Bogotá y a Colombia, devolviéndoles, con sus puños victoriosos, algo de lo que ha recibido de la que ahora considera su patria.
“¡Gracias! De verdá, que gracias”, dice y se despide.