En 2020, a Juliana Abril la visitó no una, sino dos veces “Covid David”. Así, con cariñosa resignación, ella bautizó a ese enemigo invisible que recorrió su cuerpo y que le hizo perder el sueño y la tranquilidad durante julio y diciembre, privándola, incluso, de compartir con sus seres queridos la tradicional nochebuena en casa de su compañero de vida, Fabián.
Sus ojos color miel, pequeños pero muy inquietos, han visto a lo largo de este año de pandemia a familiares, amigos y vecinos, consumidos por un virus que parecía incontrolable. Sus oídos han escuchado durante los últimos 12 meses historias de resiliencia y valor, en su labor como practicante budista; y su cuerpo de 34 años, “menudito”, como dirían las abuelas, pero saludable y resistente, soportó con coraje el embate de ese visitante incómodo e inoportuno.
A diferencia de tantas personas, Juliana descubrió en “Covid David” una oportunidad para redescubrir ese ser cósmico que hay en ella. Y aunque parezca increíble, fue tanto el cariño que le tomó, que en medio del encierro le empezó a escribir un diario.
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“Comencé una aventura de narrar cosas hiperrealistas para poder sobrellevar el tema de una manera más tranquila, y aprendí a fortalecer mucho la meditación durante esos 14 días de aislamiento en los que no podía cruzar esa frontera o barrera invisible de la habitación”, recuerda, mientras su mente se transporta a aquellos momentos en los que creaba personajes, inventaba rutinas y redescubría cosas sencillas, pero inimaginables.
“Fue un espacio que me obligó a encontrarme en otros escenarios, a pensar la vida de otra manera, y a comprender o a dignificar todo eso. El hecho de compartir, o de salir, o de valorar esas cosas pequeñas como contar las baldosas, ver caer la lluvia, cazar atardeceres con el reflejo de la ventana de mis vecinos, o encontrarme con unos niños que se empezaron a hablar de ventana a ventana, y unirme con ellos y empezarles a contar cuentos; todo eso me pasó mientras estuve con ‘Covid David’”, explica con algo de melancolía y mucho de ternura.
Alcaldía Bogotá · Audio Juliana Abril
Isauro, una vida dedicada al servicio público
Y mientras ella vivía este proceso mágico y loco, como le repetían sus familiares y amigos, en otro punto de la ciudad, otra historia con el mismo protagonista, pero con un final totalmente distinto, se iba desencadenando de manera trágica y dolorosa. Era la historia de Isauro Cabrera, un hombre que le entregó 30 años de su vida al servicio público y que en enero llegó a uno de los cargos más importantes de su trayectoria: la Subsecretaría de Planeación Distrital.
“Se destacó por ser muy contundente y preciso en sus decisiones, por eso cuando en un trabajo los directivos le pedían algo en lo que no estaba de acuerdo, de una vez decía que no. Fue un trabajador honesto, transparente, respetuoso, por eso siempre se destacó en todo lo que hizo”, expresa con nostalgia Luz Mery Cotrina, la mujer que se convirtió en el amor de su vida y a la que conquistó desde la universidad, en medio de las clases de estadística, econometría y macroeconomía.
Fue gracias a ese talante ejemplar que describe su esposa, que Isauro se convirtió en un servidor público intachable en cada uno de los cargos que ocupó, como director de Planeación y subdirector de Presupuesto en el IDU, jefe de Control Interno de la Agencia Colombiana para la Reintegración, director distrital de Presupuesto de Bogotá, subdirector de Finanzas Distritales, o asesor de la Dirección Distrital de Presupuesto.
La disciplina y el rigor que le imprimía a cada una de sus responsabilidades, contrastaba con la desbordada alegría que irradiaba cuando llegaba a la oficina. Sin embargo, esa sonrisa franca y sincera se fue apagando a finales de julio y el 26 de ese fatídico mes, se borró para siempre. Tras permanecer 15 días en una Unidad de Cuidados Intensivos, Isauro falleció sin poder despedirse de su familia, de sus amigos, de tantos compañeros de trabajo que vieron en él, una inspiración para servirle a la ciudad.
El ejemplo del ‘profe’ Abel
Tan importante para la planeación de Bogotá fue Isauro, como lo fue para la educación el inolvidable Abel Rodríguez. Luchador de mil batallas en favor de los docentes y los estudiantes, el ‘profe’ fue un referente obligado para el magisterio a lo largo de 50 años.
“Cuando salió de la normal de Ibagué, de inmediato se inicio como profesor en Algeciras, Huila, en una vereda de ese municipio, siendo muy joven. Después se traslado a Bogotá, se hizo maestro del Distrito y también comenzó su actividad como líder sindical, siendo elegido presidente de la ADE, cuando apenas tenía 22 o 23 años; después fue elegido presidente de Fecode, y así pasó toda su vida dedicada a la defensa y a la garantía del derecho a la educación”, recuerda Andrés Abel, uno de sus dos hijos, y quien le regaló la alegría de ser abuelo hace 12 años.
Para ellos, desde que inició la pandemia, el cuidado excesivo para prevenir el contagio se convirtió en ley. Pero ni siquiera eso fue suficiente para evitar que la tragedia del coronavirus se llevará en agosto, como el viento se lleva a las cometas, la vida de uno de los educadores más brillantes del país.
“Mi papá estuvo haciendo tratamiento en casa, pero llegó un momento en el que tuvimos que llevarlo a la clínica. Una vez allí fue muy difícil el contacto. Por fortuna los médicos fueron muy atentos, nos permitieron un par de charlas con él, pero estuvo sedado por los medicamentos que le suministraban. Todo fue muy difícil, muy doloroso”, lamenta este abogado que nunca olvidará la inigualable habilidad que tenía su padre de lograr consensos, aún en los momentos de mayor tensión.
La batalla del doctor Carranza
Son las unidades de cuidados intensivos, esos sitios indeseados que recibieron a Isauro o al profe Abel, en los que se vive un ritmo frenético de médicos y enfermeras, y por cuyos pasillos deambula en silencio la muerte, los que también se convirtieron en el campo de lucha del doctor Álvaro Andrés Carranza.
Y es que este héroe de la salud sí que lo era para su hijo. Pese a su ausencia prolongada por culpa de su trabajo, que dividía entre el Hospital de Kennedy y el Hospital de la Policía, para Juan David, su padre era un ejemplo de inspiración, perseverancia y sacrificio.
“Sin embargo todo, siempre, fue muy difícil. Ver a tu papá cada segunda o tercera noche, sin ganas de nada, cuando uno como niño quiere que él llegue a jugar con uno, que le ponga atención, es difícil. Y ser hijo de médico, es perder mucho de eso, pero cuando uno crece, entiende el porqué de las cosas”, admite con resignación en su voz.
Con apenas 42 años, el doctor Carranza, urgenciólogo de la Subred Suroccidente, que pagó su carrera de medicina manejando taxi, a lo largo de cinco meses le arrebato decenas de vidas al COVID, pero no logró salvar la suya. No tenía comorbilidades. No fumaba. No tomaba. Pero a pesar de todo eso, terminó ocupando una de las camas en las que también vio morir a varios de sus pacientes.
“A mi papá le dio el malestar fuerte un domingo, mientras almorzaba, y dio la mala casualidad que fue justo en la semana de mi cumpleaños, que cada día se puso peor. Llegó a la Fundación Santafe muy mal, y ese fue el último momento que pudimos verlo”, recuerda Juan David, quien a partir de ese momento se convirtió en la fortaleza y el apoyo de Bibiana, su joven madre.
Desde entonces, cada noticia que recibían era peor que la anterior. El doctor Carranza se negó sistemáticamente a que lo entubaran; sin embargo, un día no aguantó más, y mientras los médicos le practicaban ese tormentoso procedimiento, entró en paro cardíaco y de inmediato vino la muerte cerebral. El desenlace era inevitable.
Alcaldía Bogotá · Audio Juan David Carranza
“Luego, tener que despedirse por videollamada es muy difícil. Ya nos habíamos despedido de mis abuelos, pero cogiéndoles la mano, y allí hubo un final. Mientras que hacerlo por una pantalla de celular es realmente desgarrador, da mucha impotencia, uno cree que no es real”, dice con dolor este valiente joven a quien su padre no alcanzo a ver graduar de ingeniería aeronáutica.
Y así son las historias que va dejando esta pandemia; historias que se van entrelazando unas con otras y que nos recuerdan a cada instante la importancia de seguirnos cuidando, de valorar lo importantes que son la salud y la familia, para seguir disfrutando de los momentos simples de la vida, como los bellos amaneceres o los mágicos atardeceres, esos que por fortuna sigue cazando Juliana, quien aún hoy le continúa escribiendo en su diario, a ese intruso llamado “Covid David”.