En la localidad de Sumapaz de Bogotá, mi Ciudad, mi Casa, a través de un proceso de ciencia participativa acompañado por el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, la escuela rural de la vereda Betania se transformó en un laboratorio natural. Lo que comenzó como una curiosidad por entender la vida del suelo, hoy es un proyecto que fortalece la soberanía alimentaria y la relación de las nuevas generaciones con su territorio.
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De esta alianza entre conocimiento local y saber científico nació el primer Banco de Cultivo de Micorrizas Arbusculares de la localidad de Sumapaz. En el invernadero del colegio, ocho camas construidas por los propios estudiantes albergan este tesoro biológico: una comunidad de hongos que, al asociarse con las raíces de las plantas, potencian su crecimiento y su capacidad de absorber agua y nutrientes.
Este banco tiene como propósito la creación de un biofertilizante natural que fortalece los procesos pedagógicos de los estudiantes y sus familias, con la proyección de que este conocimiento pueda replicarse en otras instituciones educativas y extenderse, a futuro, hacia las veredas del territorio.
El proceso ha sido una lección compartida entre generaciones. Niñas y niños, guiados por sus docentes y por el equipo del Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, realizaron salidas de campo para recolectar muestras de micorrizas arbusculares y reconocer la diversidad del suelo. Cada recorrido se convirtió en una oportunidad para aprender, observar y escuchar las voces del territorio: las de los campesinos que abrieron sus fincas, las de los docentes que siembran conocimiento y las de la tierra misma, que enseña sin palabras.
En cada puñado de sustrato, los estudiantes descubrieron un universo invisible que sostiene la vida del páramo. Comprendieron que las micorrizas no solo alimentan las plantas, sino también los lazos entre comunidad y naturaleza. En el invernadero, sus risas acompañaron el cuidado de las camas de cultivo, donde la ciencia se volvió tangible y la esperanza tomó forma de raíz.
Más allá del banco de semillas y las camas, este proceso ha fortalecido la identidad campesina, el trabajo colectivo y el sentido de pertenencia hacia un territorio que provee agua a toda la ciudad. En Sumapaz, los niños no solo aprenden sobre la tierra, aprenden con la tierra.
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Hoy, entre las montañas, crece un símbolo silencioso de transformación. El Banco de Micorrizas Arbusculares de Sumapaz no es solo un proyecto educativo: es la prueba de que la curiosidad, la ciencia y el compromiso comunitario pueden florecer juntos. Allí, donde nace el agua, también germina el conocimiento que asegura el futuro de quienes la cuidan.
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