Este viernes Santo los habitantes de Ciudad Bolívar cumplieron una nueva cita con uno de los viacrucis más grandes de Bogotá: el que inicia en la parroquia de Candelaria La Nueva y termina en lo alto de la montaña, a los pies del emblemático Palo del Ahorcado.
“Dicen que mucha gente se ahorcó en el palo, pero en el palo nunca se ha ahorcado nadie”, afirma Giovanni Castro, entrenador de atletismo olímpico y fundador del Club Potosí, que tuvo como centro de entrenamiento por muchos años el Palo.
La primera leyenda sobre el Palo del Ahorcado, y a la que le debe su nombre, data de 1.938, tiempo en el que los primeros pobladores de Ciudad Bolívar apenas conocían la montaña y veían con extrañeza a este eucalipto. Según Blanca Pineda, historiadora popular y raizal del barrio Perdomo, los antiguos habitantes afirmaban que el primer ahorcado fue una mujer, Ernestina, quien le quitó el marido a su comadre y vivió con él, a pesar de la excomunión de la iglesia.
“Un día Pablo salió a desaguar y nunca regresó a la casa. Ernestina salió desesperada, buscando a su marido y él apareció muerto, con muchos rasguños desconocidos que para entonces decían que era el diablo. La Ernestina se desesperó tanto que se colgó en el árbol”, cuenta doña Blanca.
Los antiguos pobladores hablaban de rugidos del viento en la montaña, y de tres luces que aparecían al lado del Palo, que simbolizaban a los dos compadres y a Ernestina, que se metió en su camino.
Con el pasar de las décadas, poco a poco las montañas de Ciudad Bolívar se fueron poblando, y los nuevos habitantes, provenientes de varias partes de Colombia hicieron crecer el mito alrededor del árbol, que se mantiene solitario en la punta de la montaña.
“Cada año uno le añadía, no, es que hay siete ahorcados, nueve ahorcados, once ahorcados, veinte ahorcados entonces cada uno a su manera de ver y de contar la historia le agregaba ahorcados y quedó el Palo Del Ahorcado”, explica doña Blanca.
Pero también con la urbanización de Ciudad Bolívar desapareció el miedo, y el Palo del Ahorcado se convirtió en un lugar de reunión, en el que las familias iban a elevar cometa o a hacer paseos de olla, los jóvenes hacían integraciones escolares y las parejas hablaban de amor.
Palo del Ahorcado, símbolo de la Semana Santa
En el año de 1.986 se inició la tradición de hacer el Viacrucis en la localidad, luego de que las parroquias de Candelaria La Nueva, El Tanque y Potosí se pusieran de acuerdo para tener como última estación el Palo del Ahorcado. Los feligreses dejan cruces con sus nombres alrededor del Palo, como un símbolo de fe y sacrificio.
Otros ponen sus manos sobre la gran cruz que es cargada desde Candelaria La Nueva hasta la montaña y que es erguida a unos pasos del Árbol. Allí hacen oraciones especiales pidiendo por la salud, el trabajo, el dinero y la familia.
Pero el Viernes Santo al lado del Palo también es sinónimo de fiesta, muchos aprovechan al terminar la procesión y se quedan haciendo un almuerzo en la montaña y otros compran chicha que se ofrece al salir de la zona del viacrucis.
Tradición, en riesgo de desaparecer
Muchos de los planes que los habitantes de Ciudad Bolívar realizaban al lado del Palo del Ahorcado hoy están restringidos, pues el lugar ahora está en manos privadas, quienes utilizan la montaña con fines de explotación minera.
El año pasado, un incidente prendió las alarmas de la comunidad, pues al subir el Viernes Santo, como es tradicional, encontraron un hueco de gran profundidad, en el que se notaba un intento por cortar las raíces del eucalipto.
Esto, sumado a la muerte de la señora Yineth Herrera al ser arrollada por una volqueta de la mina, hizo que la comunidad bloqueara la vía hacia la cantera y pidiera el cierre de la misma.
Actualmente, por orden de la Secretaría de Ambiente, el polígono de explotación está temporalmente sellado, pero la comunidad teme que se reabra la operación de la cantera La Esmeralda.
Es por esto que la mesa Ambiental, No le Saque la Piedra a la Montaña, está iniciando el proceso para convertir el Palo del Ahorcado en Patrimonio Cultural, para que sea protegido a pesar de la explotación minera que se realiza a su alrededor.
“Por eso estamos llamándolo el Árbol de la Vida ahorita, porque es que ese Árbol tiene que tener vida”, afirma Carlina Anzola, habitante del barrio Potosí.
Por ahora, el Árbol de Vida lucha por mantenerse firme, como el gran abuelo que escucha las oraciones de los habitantes de Ciudad Bolívar, que año tras año le dejan con fe sus peticiones más preciadas.
Lesly Segura Camargo
Periodista - Alcaldía Mayor de Bogotá
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