Rosa Helena, una vida de superación, de la mano de Integración Social

12·JUN·2021
Rosa Helena Montenegro fue abandonada por sus padres y cuidada por centros de protección de Integración Social donde hoy trabaja como profesional.
Rosa Helena con tapabocas
Rosa Helena superó el abandono y ahora celebra el ser una profesional al servicio de la Tropa Social del Distrito. Foto: Archivo particular

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Cuando Rosa Helena Montenegro, escuchó su nombre en la ceremonia de graduación como profesional en pedagogía infantil, se dirigió a recibir su diploma con el corazón henchido de orgullo y no pudo contener las lágrimas por la emoción que la embargó porque, a los 33 años de edad y después de mucho intentarlo, al fin había podido hacer realidad uno de sus grandes sueños.

Era el viernes 3 de mayo de 2019 y luego de casi diez años y no obstante las enormes dificultades que atravesó, su tesón y decisión de hacerse profesional la llevaron a terminar ese proceso cuya fecha de inicio se le refunde en la memoria.

“Uf, yo no me acuerdo porque yo veía que todas mis compañeras se graduaban y se graduaban y yo, nada, y pensaba: Dios será que yo si puedo graduarme algún día. La verdad ya no recuerdo en qué año me matriculé en la universidad, sólo sé que en 2019 me gradué”, evoca.

Abandonada por sus padres cuando tenía 3 años

Así puede parecer una historia más de esos incontables casos de superación que pueblan el día a día en un país donde la educación superior a veces es como un privilegio. Sin embargo, el caso de Rosita, como le gusta que la llamen, es bien particular y tiene varios ingredientes que lo hacen más especial y valioso, pues, para empezar, muy niña, fue abandonada, al lado de su hermano menor.

Rosa Helena y su hermano
Rosa Helena a lado de su hermano el día de su grado. Foto: .Archivo particular

“Mi hermano tenía 45 días de nacido, yo tenía 3 años y mi mamá nos dejó en una habitación, abandonados en el barrio Santa Fe. La dueña de la casa al escuchar tres días seguidos el llanto de los bebés decide llamar a la policía y pues ahí fue cuando llegó un equipo interdisciplinario de policía, de infancia y adolescencia, trabajadores sociales, psicólogos y fuimos tomados en protección”, cuenta Rosa Helena, quien agrega que su mamá, aprovechando que su papá, un cotero, se fue de viaje, aprovechó para deshacerse de ellos y nunca más volvieron a saber de ella.

Desde entonces ella y su hermanito, se volvieron como una especie de hijos adoptivos de la Secretaría de Integración Social y tras la medida de protección para restablecer sus derechos fueron enviados a Centros Integrales de Protección: inicialmente ella fue al de la María, en el centro de la ciudad, y él, al Camilo Torres, en el occidente.

Los centros de protección se convirtieron en su hogar

Aunque hubo varios intentos para ser dados en adopción, su papá, quien tiempo después apareció, no lo permitió y así se quedaron, creciendo bajo el cuidado de las instituciones del Distrito, donde les brindaron el afecto y el apoyo que requerían. “Cuando ya estábamos más grandecitos, dieron la opción de que mi papá nos podía sacar de permiso y él nos llevaba a una vereda arriba, casi llegando a Monserrate, por el barrio la Perseverancia, arriba en una invasión. Allá nos llevaba, vivíamos con él un fin de semana cada 3 meses, pero muy cortico el tiempo que compartíamos con él”, dice Rosa con nostalgia, aunque valora todo lo que vivieron al lado de su padre y en los centros de protección donde no les faltó nada.

“Fue una infancia bonita en el sentido que estuvimos cuidados y hubo muchos juegos y el  compartir con otros niños. Vivíamos bien porque teníamos las comodidades, por decirlo así, o sea alimentación, ropa, todo eso. De pronto algo que recuerdo y me duele todavía es como las navidades porque la Navidad es una época de pensar en familia y esperábamos a mi papá, pero no llegaba”.

En medio de esas carencias afectivas descubrió a uno ángeles que, según ella fueron enviados por Dios para guiarla, y uno de ellos fue la profesora Marta Vargas, a la que llama Martica o mamita por todo lo que representó en su vida desde los primeros años y la que se convirtió en su modelo a seguir y por la que le nació la vocación de ser profesora.

"Fue una niña muy inteligente y activa"

“Desde pequeñita siempre fue una niña muy inteligente: bien en el colegio, responsable con sus tareas, era muy inquieta, líder desde chiquita, especialmente organizaba a las otras niñas pequeñas, en danzas y otras cosas. Era muy activa”, cuenta la profesora Martica quien es generosa en sus recuerdos de esa niña y su hermano a los que les cogió un cariño especial y acompañó en los diferentes pasos de la vida. Tanto que, una vez salidos de la tutela de los centros infantiles y juveniles de Integración Social, los siguió frecuentando e incluso les pagó, con ayuda de otra docente, el internado en Chipaque, Cundinamarca, a donde tuvieron que ir para terminar el bachillerato.

Después Rosita, gracias a su determinación inquebrantable para salir adelante, se graduó como técnica en preescolar, siempre acompañada por esa especie de mecenas que no cesaba de apoyarla para seguir creciendo. “La veo como una gran mujer, de admirar porque para estudiar no fue fácil. Le tocó lucharla. Tiene mucha vocación de servicio, gran líder. Yo sé que, a Rosita, Dios la tiene para grandes cosas. Va a seguir adelante”, le augura la maestra, ya pensionada, que sigue disfrutando de sus logros como si fueran propios.

Rosa Helena en la calle
Rosa Helena Montenegro trabaja en Integración Social como tropera. Foto: Archivo particular

Volvió a Integración Social pero a trabajar

Tras graduarse en preescolar empezó a trabajar en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y de ahí regresó a su querida casa, la de la Secretaría de Integración Social, pero ya a trabajar. “Tan pronto entré a Integración Social empecé a pagar mi Universidad. Estudiaba en la noche y así me pagué mi universidad. Pensé que no lo iba a lograr porque yo tuve que desistir muchas veces y aplazar el semestre por situaciones económicas, por situaciones familiares como cuando hace 7 años mi papá se enfermó y murió”, dice.

O pagaba el semestre o se compraba el computador para hacer los trabajos. Esa era la clase de disyuntivas económicas que tenía, pero al fin, después de tanto bregar y demorarse 10 años en una carrera de cinco, su sueño de graduarse se hizo realidad.

Después de 10 años de esfuerzos se graduó como licenciada en pedagogía infantil

Por eso, ese viernes 3 de mayo de 2019, estrenando vestido, zapatos y cartera, que le habían regalado y que la hacían sentir como una princesa, al recibir el diploma como licenciada en pedagogía infantil de la Fundación Universitaria Unipanamericana de Compensar, no pudo contener las lágrimas, porque a pesar de que entre sus invitados estuvieran su hermano y mamá Martica, no estaba su querido padre, don Aldemar, un hombre, para ella responsable, que por su pobreza no la pudo criar como él hubiera querido.

“Cuando subí y recibí mi título profesional fue un llanto de alegría, de satisfacción. Cuando escuché mi nombre, Rosa Elena Montenegro fue, uff, fue lo máximo, y lo que más me duele fue que mi papito no estuvo ahí viendo, porque en medio de todo siempre nos decía estudien, estudien, estudien”.

Habitante de calle
Rosa Helena como 'tropera' conversa con un habitante de calle. Foto: Archivo particular

Hoy Rosita, ya como profesional, hace parte de la Tropa Social del Distrito, que trabaja con los más vulnerables de la ciudad, con los que aplica su experiencia de vida, pues no olvida que tuvo que empezar a subir desde muy abajo. “Un día le pregunté a uno que cuántos años llevaba habitando calle y me dijo que como desde los 9 años. Y le dije uyyy, por qué y me dijo: no conozco a mi mamá y a mi papá. Ese hecho me marcó mucho porque, pues obviamente, yo viví lo mismo y al escuchar eso me sorprendí porque perfectamente esa persona que me estaba hablando podría haber sido yo”, termina Rosa Helena.