45 niñas y niños con discapacidad cognitiva aprenden, a través de la cocina, conocimientos prácticos para toda la vida. Una experiencia de un colegio oficial de Bogotá que transforma la cotidianidad de los menores con necesidades educativas especiales.
Alejandra, una estudiante de 8 años con una discapacidad cognitiva moderada, espera sonriente sentada en una de las mesas dispuestas en este peculiar salón. Además del tablero, en el costado izquierdo hay una amplia cocina, con estufa, nevera y algunos lavaplatos. Del otro lado también está un horno industrial y un estante repleto de ollas, cubiertos y otros utensilios.
El llamativo escenario, aunque parece serlo, no es una cocina. Es un aula especializada del colegio distrital Villemar El Carmen, en donde los estudiantes de grado 0º se preparan para tener un acercamiento a la gastronomía y con éste, un aprendizaje para toda la vida.
Con las manos bien limpias, delantal y gorro de chef puestos y tabla de cortar dispuesta sobre la mesa, Alejandra está más que preparada para empezar la actividad. Se inquieta y se levanta ocasionalmente, pues aún faltan algunos minutos para empezar la clase. Reclama la atención de algunos de sus amigos, con palabras sencillas y los movimientos de su cuerpo.
Ella y sus compañeros padecen de diferentes trastornos cognitivos leves y moderados. Son estudiantes de una de las 3 aulas para niños con necesidades educativas especiales implementadas por la Secretaría de Educación del Distrito en este colegio de la localidad de Fontibón.
Los estudiantes tienen diagnósticos, edades e historias de vida distintas. También aprenden, cada uno, a su propio ritmo. Hoy la cocina es una de las actividades que más los une, gracias al proyecto transversal que desarrollan la fonoaudióloga María Cristina Camacho, la psicóloga Viviana Villamil y las profesoras de educación especial.
Ingredientes para cocinar un gran proyecto
Comienza la clase. La preparación es sencilla y sin duda una de las favoritas de todos los pequeños: pizza de pollo y hawaiana. Las profesoras les cuentan sobre la receta y les repiten cada tanto ‘lo que vamos a hacer es una pizza’, mientras la fonoaudióloga María Cristina recorre las mesas con cada uno de los ingredientes para que los niños los identifiquen con anticipación.
Los pequeños chefs se disponen a desmenuzar el pollo. En el primer impulso, algunos emplean el cuchillo. Luego siguen las indicaciones y utilizan las manos. Lo examinan y lo deshilachan con curiosidad. Está húmedo y genera diferentes sensaciones al tacto, por lo que lo presionan fuerte y con rapidez. “Es pollo, ¿ves?”, dice Carolina, una de las pequeñas, quien luego de acabar la tarea juguetea con la carne reuniéndola en un montón.
Trocear el jamón es un gran reto. Las instrucciones son claras, las da la profe Mónica Murcia, dibujando sobre el tablero un cuadrado. “Así lo vamos a cortar”, les dice en voz alta, para que quienes están más inmersos en la tarea no pierdan de vista el paso a seguir. Agarran el cuchillo de plástico con fuerza y determinación y se desenvuelven muy bien con este ingrediente.
Mientras está picando, Alejandra hace un listado de los alimentos que le gusta comer. “Todo, todo me gusta”, insiste; luego señala la imagen de un chef panadero que está colgada en la pared. “Él es un cocinero y hace pasteles, muy ricos”, dice.
Así como el queso es el componente esencial para cualquier pizza, la determinación y el compromiso de María Cristina, la fonoaudióloga de apoyo a la educación especial del colegio Villemar, son los ingredientes que han hecho posible que los niños con discapacidad cognitiva que estudian en esta institución puedan participar de esta clase de cocina una vez al mes.
‘No solo entre letras y números vive el hombre’ es el nombre con el que María Cristina gestó este proyecto hace más de una década. “Estos son aprendizajes para la vida. En la jornada mañana trabajamos con cocina y en la tarde se hacen también manualidades. En este espacio los niños empiezan a presentar conductas favorables, como estar atentos y muy motivados, lo que ocasionalmente puede no darse en el aula de clase”, asegura la profesional.
Alimentos y aprendizajes para toda la vida
La pizza sale del horno. Está crujiente y Carolina, otra de las pequeñas, corre a sentarse para que le entreguen la porción que ella misma preparó. Mientras espera, la psicóloga Viviana le habla sobre una presentación del fin de semana anterior, pues la niña es una experta bailarina. “La canción que me gusta es ‘Caracoles de colores’, pero también la salsa”, dice.
Además de las profes, los padres de este grupo de estudiantes también han notado el impacto positivo que tiene esta actividad en los pequeños. Wendy Ortegón, la mamá de Felipe, explica que para su hijo “es muy emocionante, porque cuando llega a la casa siempre recuerda lo que preparó y comió. El día que tienen cocina los niños salen muy activos y eso se percibe desde el momento en que los papitos los recogemos”.
Felipe tiene 8 años y lleva apenas 6 meses en el colegio Villemar El Carmen, pero desde que empezó se vincula a otras actividades en su casa. Por ejemplo, su mamá destaca que siempre que está preparando espaguetis, el niño quiere participar y le ayuda en la receta. “Yo le digo: ‘hijo, ¿dónde aprendiste eso?’ y él me contesta que en el ‘cole’”, cuenta.
“A mí me daba mucho miedo que Felipe estuviera en la cocina, pero con esta actividad él me ve buscando alimentos en la nevera y quiere ayudar. Nunca había pensado que podíamos hacerlo juntos, pero ahora también desgrana las arvejas y está muy pendiente”, concluye Wendy.
Así como la mamá de Felipe, la gran mayoría de los padres se sorprenden con los avances de los estudiantes, pues el desconocimiento, la ausencia de tiempo para compartir e incluso los complejos diagnósticos, entre otros factores, hacen que sea difícil comprender qué tan amplias son en realidad sus capacidades.
“En el pasado los papás pensaban que llevar a los niños discapacitados al colegio era como una guardería, pero hoy en día no es así. Como profesionales vemos los procesos de aprendizaje que desarrollan y son muy significativos, así como lo es que puedan integrarse al aula regular y luego graduarse de la institución, que es la mayor apuesta de la inclusión educativa en Bogotá”, concluye Viviana Villamil, psicóloga del programa.
La suma de los ingredientes correctos siempre genera un resultado grandioso. Esto lo ha comprobado María Cristina Camacho, una amante de la educación y la cocina, que creó esta experiencia con una convicción: “es una oportunidad de vida para las niñas y los niños con discapacidad cognitiva”.
Por Diana Corzo Arbeláez - @diacorzo
Fotos Julio Barrera
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29·JUL·2014
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