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Carta de un colombiano cualquiera a los jugadores de la selección Colombia
Desencanto es la palabra que ha rondado mi corazón por estos días. Porque uno espera que su equipo, el de su tierra, juegue siempre con el alma, como se juega cuando niño en una cancha de sacos y ladrillos. Y no porque sea una cuestión de vida o muerte. Pues esto es ante todo un juego casi siempre divertido. Es más por esas razones que no dejamos comúnmente a la razón si no les damos el ritmo de un latido.
Y es que han sido tantas dichas que nos han traído. Tantos los pases perfectos, las barridas imposibles, los goles, la poesía. Han sido tantos los momentos de júbilo, de orgullo. Tantas lágrimas de emoción escurriendo las mejillas mientras suena el himno. Tantos suspiros. Y es que les hemos visto alegres tantas veces, tantos bailes de festejo, tantas gestas impensables, que cuesta imaginar verlos ahora jugar sin alegría. No se divierten, no se conectan con ese pequeño que aún juega en su interior. Ese, que hacía “ventiuna” con las medias y convertía su callecita en un estadio y soñaba con estar en un mundial.
Parece que no recordaran que miles de niñas y niños los observan. Que copian no solo sus jugadas, sino sus gestos, sus respuestas y sus celebradas. Olvidan, ustedes jugadores, por momentos, el compromiso de su honor. Ese honor que adquirieron al recibir el llamado a ser uno más del selecto grupo de convocados. Olvidan que son ejemplo y deben serlo. Olvidan que son un equipo que representa a otro más grande, a uno de millones que les siguen sin dudarlo, que les quieren y respetan, aunque griten y despotriquen a cada tanto.
Y no se trata de que eviten ustedes las tragedias, que apacigüen huracanes, o detengan las masacres. No. Los jugadores de la selección son solo humanos y también tienen sus días buenos y sus días malos, y sus gripas, sus dolores y sus miedos. A ustedes también los dejan de amar y se deprimen y a veces preferirían quedarse otro rato en cama y de vez en cuando repetir una cucharada de arequipe. No se trata de que nos hagan felices. Esa es labor de cada uno. Se trata muchachos, de que se ericen cuando los convocan, como se erizaría cada uno de los aficionados, se trata de que su corazón les galope cuando los incluyan en la lista de los once. De que se impregnen de júbilo cuando entren a la cancha, que se emocionen tanto como nosotros al cantar el himno y que disfruten como niños cuando toquen su primera bola.
Recuerden que la palabra Colombia recubre sus uniformes. Recuerden que a unos cientos de kilómetros de esas gradas vacías, late fuerte el corazón de algunos cientos de compatriotas. Recuerden que sus familias los apoyan. Recuerden que miles de niños les envidian. Recuerden que un centenar de amantes del fútbol y de la pelota, que ya superamos los 50, habríamos dado lo que fuera por vestir esa amarilla camiseta. Recuerden que tienen 90 minutos para hacernos reconciliar con el día, que tienen dos tiempos para hacer que nuestros ojos sonrían aunque nuestras bocas están cubiertas por un pedazo de tela.
Recuerden que la vida es corta que no se trata de no perder nunca, o de ganar siempre que jueguen. Seis goles, hoy en día, se le meten a cualquiera. Se trata de entender la magia que tienen en sus botas, la alegría que corre por sus piernas, la responsabilidad enorme de sudarse los 90. No se trata de ganar a como dé lugar o de llegar a Catar, porque nos toque. Se trata de aprovechar la vida a cada instante, de entender que el presente es un regalo, que si hoy estás frente a la bola a punto de patear una pena máxima, mañana estarás viejo en un una sala con los pies encima de la mesa recordando lo que hiciste aquella tarde, cuando el césped era verde y joven, y tú vestías la casaca cafetera.
Entonces compatriota, ponte de pie. Mírate de frente en ese espejo, sacude tus malos recuerdos, tus rencores, tus “no puedo”. Levanta el corazón y luego la cabeza. Si llegas a Catar, amigo mío, llega feliz y satisfecho de haber entregado hasta la última gota de sudor hasta la última sonrisa. Que llegues feliz de haber jugado y de haberte divertido. Y si no llegas, si no llegamos, recuerda que todos los demás en nuestras casas, con ganas de haber estado en el estadio, para animarte, estaremos tranquilos y contentos porque diste todo lo que tenías y no estuviste un solo instante sobre el pasto sin dejar de sentir la camiseta.
Fernando Escobar Borrero.
Escritor, conferencista y creativo.
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