Con el apoyo técnico de voluntarios, la adecuación y aprovechamiento de pequeños espacios y nuevas estrategias de siembra, reverdece la agricultura urbana y los proyectos productivos de las Mujeres Empresarias Marie Poussepin, en la localidad de San Cristóbal.
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Reverdecer huerta 'Bendiciones Recibidas'. Foto tomada en casa de Flor María Rojas.
Con nostalgia las 17 familias hacen su mejor esfuerzo para recuperarse de los estragos que ha causado la pandemia en sus cultivos caseros y ahora más que nunca crece la esperanza de recibir de nuevo a los turistas que visitaban a menudo la red de huertas.
Estas mujeres hacen parte de la organización fundada en el año 2004 por la hermana Alicia Vargas, quien junto a su sobrina Ruth Vargas y el apoyo de la comunidad Hermanas Dominicanas de la Presentación, las reunió en el barrio Altamira para convertirlas en gestoras de su desarrollo social y económico.
Una idea divina
En la foto la hermana Alicia Vargas acompañada de algunas mujeres de la fundación, dos de ellas ya no están. Foto tomada antes de la pandemia.
"Esta idea surgió como una oportunidad de amar a nuestros hermanos. En esa época llegaban a nuestra casa familias con muchas necesidades y no era suficiente la ayuda que podíamos brindarles, así que pensamos en la idea de ayudarles a pescar su propio alimento", dice la hermana de la Presentación Alicia Vargas.
La religiosa mencionó que gracias a una donación de 500 mil pesos empezaron los experimentos productivos para ayudar a estas mujeres, intentos en los que se emprendieron proyectos de cocina, preparación de alimentos, pedrería, artesanías, porcelanicrom y modistería, pero ninguno tuvo éxito, hasta que, según su fe, el espíritu santo las guió hacia la agricultura urbana.
Pese a los retos, estas mujeres han logrado a través de la agricultura urbana beneficiar a sus familias y comunidades, con productos y servicios que fomentan la seguridad alimentaria, el encuentro con la naturaleza, la alimentación sana y el bienestar social.
Foto de la comercialización de hortalizas, tomada antes de la pandemia.
Ruth Vargas es ingeniera industrial y cofundadora del proyecto, ella asegura que la agroecología tuvo impulso en la fundación, debido a los cursos de agricultura urbana promovidos en la administración de Lucho Garzón en el año 2010.
Cuenta que sembraron en un pequeño patio hiedra, diente de león y cardo mariano, y que en medio de la gestión de recursos para la fundación, recibieron la visita de la directora de un laboratorio, "ella me dijo Ruth, yo tengo que importar estas plantas, si ustedes las producen yo se las compro. Así fue como con un kit de herramientas y semillas empezó formalmente el emprendimiento de estas 17 mujeres", recuerda con satisfacción Ruth Vargas.
En el 2011 el proyecto hizo tránsito a las hortalizas, inicialmente fueron siete huertas caseras las que producían lechuga, cilantro y algunas plantas aromáticas. La propuesta se fortaleció gracias a la colaboración institucional del Jardín Botánico y el parque Entre Nubes, lugar en donde algunas mujeres sembraron sus huertas.
Foto huerta recién sembrada.
El modelo de trabajo en red desarrollado por la Fundación Mujeres Empresarias Marie Poussepin, se ha convertido en una alternativa de generación de ingresos para familias de bajos recursos económicos que emprenden un negocio agrícola en los solares y terrazas de las casas, en parques o Colegios.
Con actividades de formación en agricultura Urbana, emprendimiento agro ecológico, paseos agro turísticos por la red de huertas, montaje y mantenimiento de huertas paisajísticas agro-ecológicas en jardines y huertas urbanas, la fundación fomenta acciones para la inclusión social y la generación de empleo en las zonas de influencia.
Para William Guerra, ingeniero en agroecología, ser voluntario en asesoría técnica para este proyecto es gratificante: "Ver como estas mujeres se esfuerzan para aprender de agricultura urbana es maravilloso, ellas asumieron en cuarentena un gran reto tecnológico para adquirir nuevos conocimientos y hoy en día, sin importar la edad saben diseñar, implementar y cuidar y mejorar huertos productivos partiendo del amor y dedicación", dijo el profesional.
Las historias detrás de las huertas
Foto Huerta Renacer
Omaira Fonseca Hernández comenta que inició su huerta casera sembrando en vasijas pequeñas, "sembré una lechuguita, un cilantrico, pero luego nos enseñaron a cultivar más cositas y así fue que empecé a cultivar otros alimentos", narra esta boyacense quien asegura que desde joven su pasión era la jardinería.
El cultivo de Omaira creció en casa, pero luego por fallas en la estructura de su terraza su huerta se acabó. Entonces el sueño tuvo un nuevo comienzo en el parque Entre Nubes. Todo iba bien, producía y comercializaba sus productos, pero a causa de la pandemia el parque cerró dejando una vez más a Omaira sin su querida huerta.
"Mi hijo me vio muy triste por mi pérdida y me dijo que volviéramos a cultivar en la casa hortalizas y mi jardincito, y ya llevo varios meses sembrando en canastas y en lo que encuentre, hasta en las bolsas de comida para los perritos", dijo esta mujer de 61 años quien a pesar de sufrir de diabetes encuentra un aliciente para vivir cuidando diariamente su huerta en la que produce acelgas, lechuga, alverja, berenjena, tómate y brócoli, entre otros.
A pesar de su voz enérgica Blanca Myriam Hernández no puede ocultar la tristeza por haber perdido su huerta a causa de la pandemia, "todo se nos perdió, pero que le vamos a hacer, solo pedirle a Dios que nos ayude con salud para seguir adelante", reflexiona.
Blanca tiene 68 años y lleva 15 años haciendo parte de la fundación, ella reconoce que, si bien la aparición del virus le quitó su huerta, le dio la oportunidad de aprender de tecnología y juiciosamente cada ocho días asiste a la clase del ingeniero William sobre agroecología.
"Yo ya sé preparar un abono orgánico, cómo dicen hay varios abonos, los de 90 días que son los que llevan los desperdicios de la casa y hay el abono líquido que se hace con la ortiga, con el ajo y sábila", cuenta orgullosa Blanca Hernández, quien agrega que está dispuesta a enseñarle a otras personas no sólo a cultivar sino también a comer alimentos sanos y limpios.
Foto trabajo en red, tomada antes de la pandemia.
Ana Librada Calderón Rodríguez lleva once años como mujer emprendedora, tiene actualmente cultivos de curuba y papayuela que no ha podido cuidarla igual que antes debido una caída donde se fracturó la rodilla.
Esta mujer a sus 75 años, y con una enfermedad crónica en sus huesos, solo piensa en recuperarse para entregar todo su amor y dedicación, "yo le pido a mi Dios que me sane pronto para poder bajar de nuevo y echarles agüita, abono, volver a cultivar", dice 'Libradita' como la llaman sus compañeras, al referirse a la huerta que tiene en la parte baja de su casa y a donde no puede ir por ahora.
Nohora Cecilia Martínez, heredó a su hija de 19 años la pasión por las huertas, desde pequeña aprendió a sembrar y cuidar los cultivos de zanahoria, tomate, lechuga y otros que tenía Nohora.
Hoy, madre e hija hacen parte de la fundación como la más antigua y la más nueva respectivamente. Daniela hija de Nohora dice que siempre la acompañó durante estos 15 años, lo que le permitió vivir como propios los logros y fracasos de este grupo de mujeres, aprendiendo de cada una de ellas a no rendirse nunca.
Mujeres Empresarias Marie Poussepin, foto tomada antes de la pandemia.
De San Cristóbal a Usaquén
Actualmente el proyecto agroecológico se ha extendido a la localidad de Usaquén, donde más mujeres cultivan huertas en sus hogares y huerta comunitaria en el colegio la Estrella del sector del Codito.
El caso de Carmen Prias más allá de la huerta casera tiene que ver con su estado de salud que ha mejorado con el consumo de sus propios alimentos, "pues por la pandemia acabó mi huerta en el colegio, pero aquí en mi casa tengo unas poquitas matas, tengo Sábila, Canelón, Ortigón, Sortilicio, Espada de Rey, unos Dólares, y con eso, aunque sea me hago mis batidos", dice esta vecina de Codito que hace parte de la extensión del programa en Usaquén.
Myriam Bonilla vive en zona rural limítrofe entre la Calera y Usaquén, sufre dolores por hernias discales y su diabetes crónica, pero asegura haber encontrado en este proyecto no solo una forma de generar ingresos para su familia, sino que ha fortalecido su espiritualidad, y sus ganas de vivir.
Ellas y otras mujeres reconocen que la pandemia les arrebató sus cultivos, pero están convencidas de que jamás podrá arrebatarles las ganas y la fuerza de levantarse después de caer y reverdecer su vida las veces que sea necesario.