* Este texto contiene lenguaje explícito, si eres menor de edad, te recomendamos leerlo en compañía de tus papás o algún adulto de confianza.
Me encontraba bajando por la calle 19 con carrera 7, exactamente donde queda un local de fotografía. Ahí, en esa esquina, me encontré con un habitante de calle, quien llevaba cargando en su espalda su material reciclable.
Allí, sentado en aquella esquina, algo me causó curiosidad. Él estaba sentado leyendo una revista cuyo contenido era en inglés.
Me acerqué y noté algo aún más curioso: en la solapa del lado izquierdo de su saco tenía un prendedor en forma de alas, en las que además estaban incrustadas dos vocales en mayúsculas, ‘AA’.
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Me senté junto a él, y le pedí el favor de que me prestara ‘candela’. Él me la entregó y me dijo: "¡Aquí no lo vaya a prender!"
Lo observé de nuevo y decidí no drogarme, pues sentí que él tenía razón, no era el sitio indicado. Le pregunté si él entendía ese idioma (inglés), y él me dijo con gran seguridad que no solo lo entendía, sino que lo leía, lo escribía y lo hablaba perfectamente.
En esta vida del Bronx, uno todos los días se encontraba personajes que decían hablar hasta mandarín.
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Yo en tono burlesco le dije: "Y qué, ¿cuándo me enseña?"
Él respondió: "Cuando quiera".
Pero este personaje tenía algo particular, y, al poco tiempo, mi intuición me daría la razón.
Minutos después de estar pensando si prendía o no mi cigarrillo de basuco, me levanté y le entregué su 'candela'. Me preguntó que para dónde iba, y juntos nos fuimos para el Bronx.
No sé por qué acepté bajar con él al Bronx, pues yo jamás andaba acompañado de nadie para no comprometerme ni con nadie ni con nada. Eso se prestaba para problemas en la L.
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Empezamos a caminar hacia abajo buscando la Avenida Caracas, camino al Bronx. Le pregunté: "Y usted, ¿de dónde sabe inglés?"
Me contó que antes de entrar en desgracia, él era piloto internacional de American Airlines. Volví a fijarme en su saco y entendí las iniciales en su prendedor ‘AA’, American Airlines.
De camino a la L, vendimos el material de reciclaje que los dos llevábamos, y con ese dinero compramos varias dosis de sustancias dentro del Bronx (6 bolsas de basuco). Salimos de nuevo, y no me separé del ‘piloto’. Estaba muy entusiasmado escuchando aquellas historias de otros países, de las distintas costumbres y culturas que mi nuevo parcero conocía.
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Este tipo era una persona que, a pesar de sus ropas sucias, su barba poblada, y su lona al hombro, no había perdido su esencia, su intelecto, sus buenas expresiones y su clase. Todo ello a pesar de la crueldad del Bronx.
Nos caímos muy bien. Ese día fuimos de nuevo a La Candelaria, en el centro de Bogotá. Llegamos hasta el Parque de los Periodistas, hicimos el recorrido del reciclaje que ya todos los habitantes del Bronx teníamos definido. Después, recogimos lo suficiente para poder vender y comprar 'basuco' de nuevo y, enseguida, bajamos de nuevo al Bronx.
Como a las 8 de la noche, bastante drogados ya, llegamos hasta la calle 19 con Avenida Caracas en el barrio Santa Fe, donde yo a veces dormía. Sobre el separador, tendimos nuestros cambuches, nos acomodamos como pudimos, y yo empecé a indagar a aquel personaje que tenía mucho por enseñarme, y que esa noche era mi huésped de honor en aquel frío y solitario separador.
Ahora sí, les puedo contar su historia...
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